Probablemente hayáis visto que vuestros bebés no le hacían caso a su propia imagen en el espejo, hasta determinada edad. Sencillamente, no sabían que eran ellos. El estadio del espejo designa una fase del desarrollo psicológico del niño comprendida aproximadamente entre los seis y los dieciocho meses de edad y que indica una superación en esa fase de no reconocimiento.
El estadio del espejo es un concepto de la teoría del psicoanalista francés Jacques Lacan que hace referencia a aquella etapa en la cual el niño se encuentra por vez primera capacitado para percibirse, para percibir su imagen corporal completa en el espejo. En esta fase, de acuerdo a la teoría lacaniana, se desarrollaría el yo como instancia psíquica:
Aunque el fenómeno fue estudiado con anterioridad, es Lacan quien, hacia 1935-36 apunta a las implicaciones del estadio del espejo para la formación del yo. Esta etapa del desarrollo es descrita en su ensayo “El estadio del espejo como formador de la función del yo”.
El niño se reconoce en el espejo
Los niños antes de llegar a esta etapa suelen reaccionar con miedo o curiosidad ante el espejo, o simplemente lo ignoran. Pero cuando un niño se reconoce por primera vez en el espejo, celebra la aparición de su imagen con un gesto de alegría, de júbilo o de éxtasis.
Esta fascinación es interpretada por Lacan como la identificación del niño con su imagen, la que encuentra allí por primera vez reflejada de manera completa. En vez de ver sólo partes de su cuerpo, observa por primera vez la totalidad. Lo que el niño ha visto antes son sus manos, sus piernas, su barriga… Pero hasta reconocerse en el espejo, el niño no ha visto nunca su cara, por ejemplo, ni su cuerpo completo.
El descubrimiento que hace en el estadio del espejo es que estos fragmentos del cuerpo que no aparecían estructurados o relacionados entre sí, no constituían una unidad, ahora, con la experiencia del espejo, ya forman parte de un todo, su “yo”.
Aquel que el niño mira y reconoce, ese que le imita tan bien, y que tarde o temprano descubrirá que es él mismo, o su imagen, para hablar propiamente, ese no descoordina, no tiene cuerpo fragmentado: de ahí deriva el contento del niño.
Pero Lacan observa que el gran júbilo que el niño experimenta al reconocerse en el espejo es efímero. Se reconoce y se desconoce casi al mismo tiempo, porque aquello que reconoce no es él, sino que justamente es solo una imagen de él. Una imagen separada, que no le pertenece.
Por ello el estadio del espejo implica una experiencia de división o escisión del sujeto. Esta es una razón para que Lacan más adelante distinga entre dos formas del yo: “je” y “moi”, aunque no se aclaran hasta una fase más tardía de su obra. En esencia, según lo leído, se trataría de esa imagen que tenemos de nosotros mismos, la que consideramos verdadera, y la aparente imagen que de nosotros tienen los demás, que se podría acercar más o menos a la realidad que nosotros percibimos. ¿Y cuál es la verdadera? Ya entraríamos a filosofar…
Un estudio sobre el estadio del espejo nos explica así esta dualidad que se produce tras el descubrimiento de sí mismo en el espejo:
- Esa primera identificación es en sí profundamente alienante: para empezar, el niño se reconoce en lo que sin duda alguna no es él mismo sino otro; en segundo lugar, ese otro, aun si fuese él mismo, está afectado por la simetría especular, condición que luego se reproducirá en los sueños; en tercer lugar, aquel que se reconoce como yo no está afectado de mis limitaciones, él no tiene los problemas que yo tengo para moverme.
Al margen de complicaciones filosófico-psicológicas, dos procesos, como mínimo, deben converger para que se produzca el estadio del espejo:
La suficiente maduración de las áreas del cerebro especializadas en la percepción y procesamiento de la información visual. Aunque se pensaba que el estadio era exclusivo de los humanos, últimamente se ha visto que este hecho se produce también en otras especies animales.
Que exista un semejante que le sirva de estímulo (es decir, si un niño crece, pongamos, sin compañía humana, junto a un espejo, no sabría que lo que se refleja es él). El semejante es el “Otro”, es en principio la madre (o quien cumpla la función materna), que es el modelo visual (el bebé sí ve la imagen de ella completa) con en el cual se identificará el niño, sino que además la madre será configuradora de la imago corporal al “modelar” al bebé con sus caricias y con sus expresiones verbales (eres así, por donde te acaricio, y como te digo que eres).
Según esta teoría, al ocurrir el estadio del espejo el infante dejaría de angustiarse tanto ante la ausencia de la madre, pasando a poder regocijarse percibiéndose reflejado, y, sobre todo, dotado de unidad corporal, de un cuerpo propio (al que identificará con “su” yo).
El padre (o la pareja, o una tercera persona) tiene su importancia también en esta etapa según Lacan: es la función paterna la que permitirá mantener la noción de unidad corporal del sujeto y luego el desarrollo psíquico que deviene a partir de esta primera percepción de unidad.
¿Y si no hay espejo al que mirarse?
Habréis observado que entre las condiciones para que se dé la etapa del espejo no he puesto, precisamente, que exista un espejo. Podemos imaginar que en lugares donde no se emplean espejos o hace siglos, los niños, de algún modo, también llegaban a este estadio de su desarrollo, a su “autorreconocimiento”. Las personas invidentes, también lo hacen.
La identificación que describimos puede también producirse con otro, por ejemplo con la madre; por otra parte, esta teoría psicoanalítica, que sirve de apoyo para comprender la estructura del yo y de la identificación con los semejantes, no un hecho histórico por el que todo ser humano tenga que pasar.
En definitiva, el estadio del espejo, esa primera identificación del bebé ante el espejo es clave para la formación del yo, es literalmente originaria y fundadora de la serie de identificaciones que le seguirán luego e irán constituyendo el yo del ser humano, con la compañía de sus semejantes. BEBÉSYMÁS.
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