El lunes, los palestinos de la Cisjordania ocupada y de Jerusalén Este –la parte árabe de la ciudad– llevaron a cabo una huelga general para exigir el final de la guerra de Gaza, que ese día cumplía 18 meses, y para intentar visibilizar los crímenes cometidos por la ocupación israelí, como la muerte indiscriminada de civiles –entre ellos periodistas y cooperantes–, los bombardeos a hospitales y escuelas y el desplazamiento forzado de la población. El paro tenía también como objetivo denunciar la inacción de la comunidad internacional, incapaz en este periodo de tiempo de lograr el final del conflicto y de imponer sanciones a Israel. El desesperado clamor palestino, materializado en una huelga general testimonial, contrasta con la indiferencia y la pasividad generalizadas de la comunidad internacional ante lo que ocurre en esta parte de Oriente Medio, preocupada ahora por la situación económica mundial creada a raíz de la subida de aranceles por el presidente Trump.
Desde que Israel rompió el alto el fuego en el enclave palestino, el pasado 18 de marzo, la tregua se puede dar por definitivamente acabada aunque las negociaciones no se han roto. Desde ese día el ejército israelí no solo ha vuelto a bombardear la franja sino que ha ido ocupando más territorio, creando nuevas zonas de exclusión de las que obliga a marcharse a la población civil gazatí. En poco más de dos semanas, la reanudación de las operaciones israelíes ha causado casi 1.500 víctimas mortales. Todos los días hay masacres que parecen carecer de proporcionalidad militar. Además, la situación humanitaria sigue agravándose ante el bloqueo impuesto por Israel a la entrada de camiones con comida, medicinas y combustible desde hace más de un mes.
El mundo parece haberse acostumbrado a la idea de que la violencia en Gaza es un fenómeno aislado. Un escenario del que se aprovecha el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, que no solo ha roto unilateralmente el alto el fuego pactado con Hamas, sino que aprovecha la situación para ordenar más “intensas operaciones militares en Gaza”. De hecho, el ejército israelí ya ha tomado para sus zonas tampón el 17% del territorio de la franja, áreas que incluyen pozos y tierras agrícolas, lo que deja aún en situación más precaria a la población civil palestina. Todas estas actuaciones se llevan a cabo obviando las críticas y protestas internas de miles de israelíes, que le exigen al premier priorizar el regreso de los rehenes por encima de la derrota total de Hamas.
Netanyahu, que el lunes fue recibido por segunda vez en dos meses por Trump en la Casa Blanca, se congratuló de nuevo de la propuesta del presidente de EE.UU. de hacerse cargo del enclave, expulsando a los palestinos. Un plan que ha sido condenado internacionalmente como una propuesta de posible “limpieza étnica”. Consciente de la importancia y la trascendencia del apoyo de EE.UU., Netanyahu prometió a su principal socio comercial y aliado que Israel eliminará todas las barreras comerciales entre ambas naciones. Bajo la nueva política tarifaria de Trump, los productos israelíes tendrán un arancel estadounidense del 17%.
Bibi es, sin duda, perro viejo y, por tanto, experimentado. Sus movimientos para que la guerra de Gaza continúe le han servido para asegurarse el apoyo parlamentario de los partidos de extrema derecha y ultrarreligiosos para la aprobación imprescindible de los presupuestos y evitar la caída de su Gobierno. Unas cuentas públicas que priorizan los privilegios de los colonos y los subsidios de los ultraortodoxos. El primer ministro ha ordenado al ejército diseñar un plan para la ocupación permanente de Gaza para agradar a sus socios de coalición, al tiempo que, frente a los diversos juicios por corrupción a los que se enfrenta, intenta presentarse como víctima de una caza de brujas y evitar las críticas por sacar adelante una polémica reforma judicial –que reduce la capacidad de actuación de los jueces– y la destitución del jefe del Shin Bet por investigar un caso de corrupción que le salpica directamente.
Netanyahu se juega su supervivencia política pero se siente fuerte, y el hecho de que el foco mediático internacional no esté puesto directamente sobre Gaza ahora le otorga carta blanca para seguir adelante –con el total consentimiento de la Casa Blanca– con su política de guerra de larga duración con el objetivo, aún no cumplido, pese a que lo prometió hace 18 meses, de acabar definitivamente con Hamas.
Mientras, la soledad del pueblo gazatí es cada día mayor, intentando sobrevivir entre ruinas y escombros, obligado a desplazarse continuamente y amenazado por una hambruna y epidemias ante la prohibición israelí de que entren alimentos y medicinas. Una soledad que hace que no cuenten con nadie que detenga a Israel y que, para ello, se atreva a enfrentarse a Estados Unidos.
Comentarios
Publicar un comentario