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miércoles, mayo 14, 2025

UN DÍA PROHIBIRAN CÁNDIDO


La moda de lo “políticamente correcto” no sólo rellenará la literatura de lugares comunes e intenciones caritativas, sino que hará desaparecer —al menos de la enseñanza— una gran cantidad de obras de enorme categoría. Ya no hablamos del infierno que espera en las novelas de los libertinos de los siglos XVII y XVIII, en las de Sade, en algunas de Céline y en otras de Jean Genet. Tampoco hablamos del Dialogo della puttana errante, del Aretí, o de la amistad tirando a gay entre Aquiles y Patroclo, en la Ilíada. Hablamos de libros muy recientes, como Lolita, de Nabokov —ya prohibida en muchas escuelas estadounidenses— o de gran actualidad: Cándido, de Voltaire (1759).
¿Dónde se ha visto que el libro comience con los amores furtivos del maestro Pangloss con una camarera y de Cándido con la baronesa Cunegunda, menor de edad? Esto es una inmoralidad, y Cándido lo paga con la expulsión del castillo de Westfalia. ¿Cómo aceptar la violación y muerte (provisional!) de la protagonista, en el capítulo IV? “Unos soldados búlgaros la derrumbaron después de haberla violado en lo posible violar a una persona en este mundo...” (!!!). ¿Cómo aceptar que se hable tan frescamente de la sífilis de Paquita, que le venía de unos amores con un monje franciscano? ¿Cómo admitir que en el capítulo VIII Cunegunda sea vendida a un judío, y que ella diga que se resistió, pero exprese este pensamiento paradójico: “Ya ocurre, que una mujer honorable sea violada, pero su virtud sale más fuerte que nunca”? No basta con el judío, Cunegunda también mantiene relaciones con un inquisidor cristiano: "El judío se reservaba el lunes, el miércoles y el día del sábado, y el otro cogía el resto de los días de la semana. Ya hace seis meses que dura, este convenio".
¿Y la historia de la vieja? Para empezar, vieja es hoy día una palabra ofensiva: la gente “se hace mayor”, y pronto ni siquiera así. Será "de cierta edad", que vale por todas. Pues ahora ve qué explica la vieja: “Soy hija del papa Urbano X y de la princesa de Palestrina”. (Urbano X no existió; Voltaire, que era temerario, había escrito primero “Climent XII”, papa que reinó entre 1730 y 1741.) ¡Hija de un papa! Esto debe prohibirse, aunque es larga la nómina de papas, obispos y curas que tuvieron y tienen hijos. ¿Y cuando la vieja dice que fue raptada por unos corsarios de Salé y le pasó lo que sigue? “Lo que más me sorprendió fue que a todos nos metieron un dedo en un lugar en el que nosotros, las mujeres, no nos dejamos meter nada más que una cánula”. ¡Qué indecencia! Luego la vieja va a parar a manos de un castrado italiano —quedan pocos, ¡tan bien que cantaban!— que, al querer ir al trabajo, acaba rindiéndose a su condición impotente y dice: “Ma che sciagura de sere senza c...”, es decir, “Qué desgracia, no tener c...” (rara muestra. Luego unos hombres le cortan a la vieja una mejilla del culo y se la comen asada (la mejilla). ¡Qué falta de respeto y decencia hacia una mujer de cierta edad!
En el capítulo XIV leerá una sátira brutal contra los jesuitas —suerte que el papa León es agustino, y hará el ojo grande. Más adelante leeremos aquella expresión que hizo fortuna: “Mangeons du jesuite!”, tan célebre como aquella otra del autor, “Écrasez el infâme!”, escrita muy a menudo por Voltaire. En el capítulo XVI, todo el mundo lo recuerda, Cándido choca con unas chicas indígenas —todos lo somos, de un sitio u otro— que son perseguidas por unos monos que les muerden el culo. Cándido y compañía quieren defenderlas, pero son arrestados por no haber respetado una costumbre propia de ese lugar. A esto se le llama tolerancia, pero ese pasaje, fuera; es indecente. ¿Qué diremos ante esta afirmación: “El derecho natural nos enseña a matar al prójimo, y así lo hacen en todas partes”?
¿Cómo aceptar, hoy que nos hemos vuelto tan civilizados, que Cándido y la pandilla encuentren a un negro, en Surinam, que no sólo es un esclavo —lo más legítimo del mundo, en el libro—, sino que le faltan la pierna izquierda y la mano derecha, resultado del castigo de sus dueños? Recortamos este trozo, y ¡tiramos adelante! ¿Qué dirán los franceses cuando lean, en el capítulo XXI, lo que dice el sabio Martí: “En todas las provincias de Francia la principal ocupación es el amor, la segunda la maledicencia y la tercera decir tonterías”? (Estamos en las vistas de Bouvard y Pécuchet, de Flaubert.) Calvinistas suizos y alemanes alternativos, solidarios, prohibirán el capítulo entero. Que después Voltaire se cargue las academias, los eruditos y el canon clásico (cap. XXV) es algo que gustará a los censores ya todo el mundo que se haya vuelto antiintelectual, que ahora está moda.

En suma: de Cándido no quedará ni la mitad de las páginas, y el libro, que es inverosímil, pero genial y aleccionador, quedará en nada. ¡Lectores! Apresuraos a comprar este libro prodigioso, que solo tenía un propósito: reventar el optimismo de Leibniz. No vivimos en el mejor de los mundos posibles, sino, tal vez, en el peor. Si las cosas toman ese vuelco, al final la literatura será como una colección de hojas parroquiales, bastante aburrida.


Si las cosas toman ese vuelco, al final la literatura será como una colección de hojas parroquiales, bastante aburrida. En la foto, una copia de 'Candide' de 1759. Geoff Caddick (AFP/Getty Images) - Jordi Llovet

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