Una maestra lo explicaba así: “Hemos llegado a tal absurdo que un día, muy pronto, tendremos miedo de hablar de cualquier cosa de las que salen en la tele y los periódicos, no sea que algún padre nos ponga una denuncia”. La polémica sobre supuestos episodios de adoctrinamiento o delitos de odio en escuelas catalanas puede tener un efecto nefasto sobre un factor indispensable para poder educar: la libertad. Si se crea un ambiente tóxico de sospechas y denuncias en torno a los colegios, los maestros irán a dar clase como quien tiene que atravesar un campo de minas. Hay que decirlo con claridad: hay sectores políticos, sociales y mediáticos que están jugando con fuego para ver si así pasa (o parece que pasa) lo que llevan años diciendo que pasará. El IES El Palau, de Sant Andreu de la Barca, ha sido puesto bajo los focos para construir un determinado relato de la escuela catalana que, a su vez, permita justificar eventuales medidas contra un modelo educativo y de convivencia que ha demostrado su éxito.
Tuve la enorme suerte de estudiar toda la EGB en una escuela donde la actualidad entraba por la puerta y por las ventanas con normalidad. Fue en las postrimerías del franquismo y la transición. Mis maestros –que tenían ideas políticas y no las escondían– nos hablaban con franqueza, pero nunca nos adoctrinaron. Nos enseñaban a reflexionar, sin darnos una única conclusión. Más allá, un hilo conductor: valores positivos y actitudes constructivas. Por ejemplo: me dijeron y repitieron que era mejor solucionar los problemas hablando que hacerlo a garrotazos. ¿Era eso adoctrinamiento? En el aula, se hablaba de todo: de las huelgas, de las elecciones, del terrorismo, de las guerras, de la contaminación, etcétera. Mis maestros tenían ideologías diversas (desde el centroizquierda más moderado hasta el anarquismo) pero no daban mítines en clase. Eso sí: abogaban por la responsabilidad, la libertad, la paz y la tolerancia, y dejaban claro que la democracia y los derechos humanos no son negociables. Todavía recuerdo aquellas clases. Allí me enseñaron a pensar y a hacerlo críticamente, esto es con criterio. Con respeto, con curiosidad, con método. Con ganas de comprender.
No puedo imaginar que la escuela no sea esta ágora abierta a la actualidad. En la mayoría de centros se habla de las cosas que suceden en el mundo, de las que son lejanas y de las cercanas a casa. ¿Podían las escuelas y los institutos de Catalunya dejar de hablar de lo que ocurrió aquí el 1 de octubre? No, claro. Fue un momento excepcional y se convirtió en noticia dentro y fuera del país. Se piense lo que piense de las relaciones Catalunya-España no se puede negar que los acontecimientos de aquella jornada provocaron muchas preguntas entre los niños y adolescentes. La mayoría de maestros tuvieron claro que debían acompañar un debate tranquilo, informado y respetuoso sobre todo aquello, no podían esconder la cabeza debajo del ala.
Si en algún centro educativo ha habido algún episodio fuera de lugar, lo que toca –ante todo– es solucionarlo dentro del ámbito escolar. Como dice un buen amigo, que ha dirigido un colegio durante años, el sentido común y la mesura son herramientas básicas cuando gestionas material sensible. Ningún padre del IES El Palau expresó quejas a los maestros los días siguientes al 1-O, fue pasados unos meses que algunas familias vinculadas a la sede de la Comandancia de la Guardia Civil acudieron a determinados canales de televisión para explicar una versión. A partir de ahí, se generó una polvareda judicial, mediática y política, con grave vulneración de la presunción de inocencia de los nueve profesores encausados por la Fiscalía.
Algunos dirigentes de Cs y el PP se han sumado al linchamiento de los docentes. El martes, el secretario de Estado de Seguridad y el secretario de Estado de Educación se desplazaron a Barcelona para reunirse con los padres guardias civiles que dicen que sus hijos fueron “humillados” en clase. Al mismo tiempo, el PP ha presentado una propuesta de resolución en el Parlament que prevé la creación de un buzón abierto donde se admitirían denuncias anónimas sobre supuestos adoctrinamientos de escolares. Esta ocurrencia recuerda tanto el sistema inquisitorial que es evidente que, además de perder votos el 21-D, la sucursal catalana de Rajoy ha perdido muchos kilos de conocimiento. Por otra parte, no deja de ser peculiar que esta historia aflore cuando se intensifica la pugna entre el partido naranja y los populares sobre la gestión del 155, que Rivera considera demasiado blanda.
El Síndic de Greuges ha hecho saber que, a la luz de sus investigaciones, no ve delito alguno en la manera de hacer de los maestros del IES El Palau, tal y como aseguran la dirección del centro y los sindicatos. ¿A quién beneficia este episodio? A los mismos a quien siempre ha molestado una escuela catalana arraigada al país. Que son los mismos que se inventaron, hace muchos años, un conflicto con la lengua y con la inmersión. “Roda el món i torna al Born”, que diría Manuel Valls.
FRANCESC-MARC ÁLVARO
LAVANGUARDIA.COM
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