El domingo sucedieron muchas cosas, pero lo más relevante es que la ciudadanía entregó el certificado oficial de defunción del proceso. El independentismo desde luego no muere, pero sí lo hace su mística. Puigdemont crece en escaños, pero ni siquiera absorbe toda la caída de Esquerra, pierde el plebiscito que él mismo se autoimpuso contra el PSC, y se deshace la leyenda del presidente restituido. La derrota de Esquerra es doble, porque se desangra doblemente por la izquierda y por el flanco del independentismo militante, que la castiga sin piedad. El resultado es que tras el desastre, el soberanismo pierde casi un millón de votos respecto al 2017, cerrando así el relato dominante de la última década. Se acabaron los días históricos, el unilateralismo, la pretendida mayoría del 52%, las DUI que nunca han sido, el referéndum, el acuerdo de claridad y toda la infinidad de trucos de magia que han marcado en los últimos años de la política catalana.
El nacionalismo catalán no llegó ayer a la mayoría absoluta por primera vez desde las lejanas elecciones de 1984. Este es el dato. Suficiente para que el PSC lograra la victoria en número de votos y en porcentaje, algo que tampoco había ocurrido nunca. Salvador Illa se apresuró anoche a destacar como factor determinante de este éxito la política de mano tendida de Pedro Sánchez para normalizar la vida política catalana. Habrá tiempo para reflexionar, pero está claro que el independentismo siempre logró sus mejores resultados cuando la respuesta del Gobierno fue la de mano dura. La política de Sánchez recibió ayer la mejor reválida que puede tenerse: la de las urnas.
A la vista del resultado y de la intervención en caliente ayer de Pere Aragonès, está claro que Esquerra pasará a la oposición. Su gestión en el Gobierno le ha castigado, aunque es fácil que la lectura que hagan los republicanos a partir de ahora es que han sido demasiado pragmáticos y llega el momento de volver a la radicalidad.
¿Y ahora qué? Isla no lo tendrá nada fácil para poder gobernar, y el riesgo de nuevas elecciones es algo más que evidente. Sin embargo, hay que dejar tiempo ahora a los partidos para que asuman el resultado y entiendan el mensaje que les ha enviado la ciudadanía. Ayer pedíamos aquí que se fuera a votar, pero hay tedio y cansancio. Esto se ha traducido en una baja participación y un crecimiento de los populismos. Unas nuevas elecciones pueden acrecentar aún más este voto del disgusto. Ha llegado la hora de hacer política y aprovecharse de la mano tendida de Isla. Siempre se está a tiempo de forzar la confrontación, pero vale la pena profundizar. ¿Serán capaces nuestros políticos?
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