CREER EN CUALQUIER COSA


Decía, no recuerdo quién, que cuando el hombre deja de creer en Dios, es capaz de creer en cualquier cosa, aunque quizá debería estar al revés. Hará tiempo de la cita, pues en los tiempos actuales, tan políticamente correctos, diría los hombres y mujeres, o los ciudadanos y ciudadanas, o los campesinos y las campesinas. Digo esto, porque es cierto que en la época actual tenemos una ciudadanía que es una mezcla de hedonismo y nihilismo, bastante desconcertada y sin ningún tipo de valores donde regirse en su quehacer diario y se ha cambiado el concepto de dios por otros dioses más tangibles y menos etéreos. Perdido o en franca decadencia el concepto de familia, con la carga de autoridad no ya física sino moral que comportaba, sin ningún respeto por la gente mayor, la clase docente y lo mismo con la política, poco a poco se ha generado una sociedad amorfa, banal, bastante idiotizada y de enorme fragilidad emocional. Una sociedad que no cree en nada en concreto, o si lo hace, se abraza dudosas ideologías. Vivimos en una sociedad cuyo estilo de vida se basa en la nada, una sociedad nihilista. Apatía por la vida y un hedonismo consumista que busca placer sensorial inmediato sobre el que todo gira, el placer como bien supremo, unido a un relativismo moral.
Perdidas las culturas del esfuerzo, del sacrificio y de la responsabilidad hacia los demás, el individualismo hedonista campa a sus anchas. Y por supuesto, al no haber una base sólida para afrontar los retos reales del hecho de vivir, la frustración, el fracaso y la angustia están a la orden del día. Empieza por ser un fracaso la escuela que lanza a la mayoría de edad adolescentes ignorantes, sin ilusión para nada que no sea el divertimento fácil y la banalidad por bandera, sin ideología, ánimo ni el más mínimo espíritu de sacrificio, generación tras generación sin calificar, aspirantes a mileuristas en el mejor de los casos o a parados de oficio de por vida. No sorprende nada que nos digan que la primera causa de muerte en Cataluña entre los jóvenes sea el suicidio. No sorprende – digo –porque es la consecuencia lógica del comportamiento anómalo y enfermizo de toda una sociedad desorientada y perdida en medio de la banalidad absoluta, que parece difícil de reconducir. Y si este desbarajuste ya se vislumbraba en época de supuesta bonanza económica, la pandemia y la pospandemia no han hecho más que agravarlo. Por eso la gente vota a quien vota sin saber exactamente por qué. Estamos inmersos en tiempos difíciles y la respuesta no la encontraremos en Dios ni está en el viento. No es Europa quien debe salvarnos, ni España, somos nosotros retornando al principio, a la sobriedad, el esfuerzo, el sacrificio, la solidaridad y la humildad, el amor... ¡Sí!, el amor. Hannah Arendt decía que desde niña había sabido que sólo el amor podía proporcionarle la sensación de existir. De existir realmente. Un amor que al mismo tiempo le provocaba un miedo horrible de disolverse. De desaparecer ante lo querido.
Es otra forma de hacer la revuelta. La pregunta es: ¿nuestros Gobernantes son conscientes de ello?, ¿y nosotros?

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