La mayor parte de los filósofos del siglo pasado se formaron una idea muy elemental sobre el origen de las sociedades. Al principio, decían, los hombres vivían en pequeñas familias aisladas, y la guerra perpetua entre estas familias era el estado normal. Pero un día se dieron cuenta de los inconvenientes de estas luchas sin fin y los hombres se decidieron a constituirse en sociedad. Entre las familias esparcidas se estableció un contrato y se sometieron voluntariamente a una autoridad, la cual - ¿tengo necesidad de decirlo? - se convirtió en el punto de partida y en iniciador de todo progreso...

¿Hay necesidad de añadir, puesto que ya os lo habrán enseñado en la escuela, que nuestros actuales gobernantes se han arrogado este bello papel de pacificadores y de civilizadores de la especie humana?

Concebida en una época en la cual no se sabía gran cosa de los orígenes del hombre, esta idea dominó en el siglo pasado, y es necesario decir que en manos de los enciclopedistas y de Rousseau, la idea del contrato social se convirtió en una arma poderosa para combatir a la realeza de derecho divino. No obstante, a pesar de los servicios que haya podido prestar en el pasado, esta teoría debe ser reconocida como falsa.

El hecho real es que todos los animales, a excepción de algunos carniceros y de algunas aves de rapiña, y salvo algunas especies que están en vísperas de desaparecer, vivían en sociedad. En la lucha por la vida, las especies sociables son las que subsisten sobre las demás. En cada clase de animales ocupan el peldaño más elevado de la escala y no puede caber la menor duda de que los primeros seres de aspecto humano vivían ya en sociedad.

El hombre no ha creado la sociedad. La sociedad es anterior al hombre.

Actualmente se sabe también - la antropología lo ha demostrado a la perfección - que el punto de partida de la humanidad no fue la familia, sino el clan, la tribu. La familia paternal tal como la conocemos, o tal como nos la pintan las tradiciones hebraicas, hizo su aparición más tarde. Millares de años vivió el hombre en la fase tribu o clan, y durante esta fase - llamémosla tribu primitiva o salvaje, si queréis - ya el hombre desarrolló toda una serie de instituciones, de usos, de costumbres, de mucho anteriores a las instituciones de la familia paternal.

En estas tribus no existía la familia aislada, como no existe tampoco en muchos mamíferos sociables. La división en el seno de la tribu se fue formando mejor por generaciones, y desde una época remotísima, que se pierde en el crepúsculo del género humano, se habían ido estableciendo limitaciones para impedir las relaciones de matrimonio entre las diversas generaciones, mientras que estaban permitidas entre individuos de una misma generación. Se descubren aún las huellas de este período en ciertas tribus contemporáneas y se las encuentra en el lenguaje, en las costumbres y en las supersticiones de los pueblos muy avanzados en la civilización.

Toda la tribu efectuaba la caza o la contribución voluntaria en común, y aplacada su hambre, se entregaba con pasión a sus danzas dramatizadas. Actualmente se encuentran aún tribus, muy cercanas de esta fase primitiva, arrojadas sobre los circuitos de los grandes continentes, o en las regiones alpestres menos accesibles de nuestro globo.

La acumulación de la propiedad privada no podría efectuarse en ellas, puesto que todo objeto que había pertenecido en particular a un miembro de la tribu, era destruido o quemado allí donde se enterraba el cadáver. Esto se efectúa aún en Inglaterra, por los tsiganos, y los ritos funerarios de los civilizadores llevan este sello; los chinos queman modelos de papel de todo lo que poseía el muerto, y nosotros paseamos hasta la tumba el caballo del jefe militar, su espada y sus condecoraciones. El sentido de la institución se ha perdido, pero la forma subsiste.

Lejos de profesar el desprecio por la vida humana, sentían los primitivos horror al suicidio y a la sangre. Derramarla era considerado como una cosa tan grave, que cada gota de sangre vertida, no solamente de sangre humana, sino hasta la de ciertos animales, exigía que el agresor perdiera de la suya una cantidad igual.

Por esto en el seno de la tribu un homicidio era cosa absolutamente desconocida, por ejemplo, en los esquimales, estos sobrevivientes de la edad de piedra que habitan las regiones árticas. Pero cuando se encontraban tribus de origen, color y lengua diferentes, sucedíase muy a menudo la guerra. Verdad es que ya entonces los hombres procuraron suavizar estos encuentros. La tradición, como lo han demostrado muy bien Maine, Post, Nys, elaboraba ya los gérmenes de lo que más tarde convirtióse en derecho internacional. Por ejemplo, no se podía asaltar un pueblo sin prevenir antes a sus habitantes. Nadie osaba matar en el sendero que frecuentaban las mujeres para ir a la fuente. Y para pactar la paz, era necesario pagar el equivalente de hombres muertos en ambos bandos.

Desde entonces estaba por encima de todas las demás una ley: Los vuestros han herido o matado a uno de los nuestros; por consiguiente, nosotros tenemos el derecho de matar a uno de los vuestros o infligirle una herida absolutamente igual a la que ha recibido el nuestro, no importa cual, pues siempre es la tribu la responsable de cada acto de uno de sus miembros. Los tan conocidos versículos de la Biblia: sangre por sangre, ojo por ojo, diente por diente, herida por herida, muerte por muerte -, pero no más, como ha hecho observar muy bien Koenigswarter - tiene aquí su origen. Era su modo de concebir la justicia, y nosotros no podemos enorgullecernos mucho, puesto que el principio de vida por la vida que prevalece en nuestros códigos no es más que una de estas supervivencias.

Como veis, toda una serie de instituciones y muchas más que paso en silencio, todo un código de moral de tribu, fue elaborado durante esta fase primitiva.. y para mantener este núcleo de costumbres sociales, bastaban el vigor, el uso, la costumbre y la tradición. Ninguna necesidad tuvieron de la autoridad para imponerlo.

Sin duda que los primitivos tenían directores temporales. El hechicero, los que pretendían atraer la lluvia, - el sabio de aquella época - procuraban aprovecharse de lo que conocían o creían conocer de la naturaleza para dominar a sus semejantes. Hasta aquél que mejor sabía retener en la memoria los proverbios y los cantos, en los cuales se incorporaba la tradición, gozaba de ascendiente. En aquella época estos instruídos procuraban asegurar su dominio transmitiendo sus conocimientos únicamente a unos cuantos elegidos. Todas las religiones, y hasta las artes y oficios, han principiado, como sabréis, por los misterios.

El valiente, el arrojado. y sobre todo, el prudente, se convertían de este modo en directores temporales en los conflictos con las tribus vecinas, o durante las emigraciones. Pero la alianza entre el portador de la ley, el jefe militar y el hechicero, no existía, y no puede suponerse el Estado en estas tribus, como no se supone en una sociedad de abejas y hormigas, o entre los patagones y esquimales contemporáneos nuestros.

Esta fase duró, no obstante, millares y millares de años, y los bárbaros que invadieron el Imperio Romano habían asimismo pasado por ella. Apenas si acababan de salir de ella.

En los primeros siglos de nuestra era se produjeron inmensas emigraciones entre las tribus y las confederaciones de tribus que habitaban el Asia central y boreal. Oleadas de pueblos, empujados por otros más o menos civilizados, bajados de las altas mesetas del Asia - arrojados probablemente por la desecación rápida de estas mesetas -, fundaron Europa, empujándose unos a otros y mezclándose recíprocamente en su marcha hacia occidente.

Durante estas emigraciones, en que tantas tribus de origen diverso se fundieron, necesariamente tenía que disgregarse la tribu primitiva que existía aún en la mayor parte de Europa.

La tribu estaba basada en la comunidad de origen, en el culto a los comunes antepasados, pero, ¿qué comunidad de origen podían invocar en adelante éstas aglomeraciones que surgían del revoltijo de las emigraciones, de los empujes, de las guerras entre tribus, durante las cuales se veía ya surgir acá y acullá la familia paternal, el núcleo formado por el acaparamiento que algunos hacían de las mujeres conquistadas o robadas a las tribus vecinas?

Los lazos antiguos habían quedado rotos y so pena de disolverse - lo que, en efecto, tuvo lugar respecto de alguna tribu desaparecida para la historia - debían surgir nuevos lazos de unión. Y surgieron. Se hallaron estos lazos en la posesión comunal de la tierra, del territorio sobre el cual una determinada aglomeración acabó por fijarse.

La posesión en común de determinado territorio - valle o colina - se convirtió en la base de una nueva inteligencia. Los dioses antepasados habían perdido toda su significación, y los dioses locales de tal valle, de tal ribera o de tal bosque vinieron a dar la consagración religiosa a las nuevas aglomeraciones, substituyendo a los dioses de la primitiva tribu. El cristianismo, acomodándose más tarde a las supervivencias paganas, hizo de ellos santos locales.

A partir de aquí, la comuna del pueblo, compuesta en parte o enteramente de familias separadas - todos unidos, no obstante, por la posesión en común de la tierra - convirtióse, andando el tiempo, en el lazo de unión necesaria.

Este lazo subsiste aún sobre inmensos territorios de la Europa oriental, en el Asia y en el África. Los bárbaros que destruyeron el Imperio Romano - escandinavos, germanos, celtas, eslavos, etc. -, vivían bajo esta especie de organización. Y estudiando los códigos bárbaros del pasado, como asimismo las confederaciones comunes de pueblo en los kábilas, en los mongoles, en los hindús y en los africanos, etc., que aún existen, ha sido posible reconstituir en toda su plenitud esta forma de sociedad que representa el punto de partida de nuestra actual civilización.

piotr kropotkin