El mundo es injusto, la vida es injusta, o imperfecta, no nos pelearemos por esta apreciación, y es por ello que el hombre necesita la esperanza para vivir, o sobrevivir. Y es cierto que la esperanza no es más que una manera de engañar al cerebro, como picar fuera de horas de comida es engañar al cuerpo, pero es todo lo que tenemos para defendernos o mejor dicho, para consolarnos, o eso o sublevarnos que en cierta manera es otra manera más eficaz de rebelarnos que consolarnos. Sucede que sublevarse requiere un esfuerzo añadido para el que en general estamos poco dispuestos, lo demuestra la situación actual en la que no lo hacemos y vamos tirando con el día a dia, confiando en que quizás mañana nos tocará la lotería, o la primitiva, que no deja de ser como una oración, o una manera de esperar que el azar nos eche una mano... 

... pero esta mano que de llegar llega siempre a los demás, no a nosotros que estamos aquí desvàlidos no deja de ser una entelequia utópica, y lo que nos queda después del dilema expuesto, es o paciencia, revuelta, o acabar con el problema de raíz, que no es demasiado aconsejable. 

Como dice Santiago, mi padre: para lo que hacemos, ya estamos bien aquí. Será por eso que nuestras ideas cambian, arrastrados por el día a día que nos empuja dentro de la provisionalidad finita en la que vivimos, hasta el punto de que todo ello hace la vida a ratos soportable y en otros confortable, siempre y cuando en el segundo caso seamos capaces de no ver los problemas reales nuestros y sobre todo de los demás. En el fondo, para ser medianamente felices en este mundo, hay que practicar un autismo selectivo.