VISCOSIDAD




La iluminación era pobre. Lo primero que hice al enterarme de que estaba embarazada fue lanzar mi cuerpo hacia delante repetidas veces, golpeando mi vientre contra el lavamanos. Me fastidiaba la decoración anticuada del baño, lo desgastado del papel tapiz amarillento con rosas opacas. La iluminación era pobre. Me vomité encima varias veces sin dejar de halarme hacia el lavamos con mis brazos. Almorcé espagueti con camarones en salsa de ajo, no estaba segura si no estaban particularmente buenos esa tarde o si influía el hecho de que prácticamente todo me parecía repugnante desde que desperté. En medio de mi vaivén frente al espejo del lavamanos me vi pálida, sudada y con restos de camarones mal digeridos en la barbilla. La vista no me pareció muy atractiva, pensé que más tarde aprendería a maquillarme mejor.

Mientras pensaba en una marca de maquillaje superior a la que usaba en ese momento, volvió a importunarme aquel pulpo amarillo miniatura que constantemente escalaba mis paredes, mi techo y algunas veces en mis vestidos, dejando un rastro baboso. Comenzaba a acostumbrarme a encontrar la viscosidad encima de todas mis pertenencias. Dejó de importarme que los pretendientes que tenía hicieran gestos de turbación al agarrar y besar mi mano quedándose con una sustancia pegajosa en las suyas.

El pulpo apareció en la parte frontal superior de mi vestido, mezclando el rastro de viscosidad con mi vómito. Paré de golpear mi vientre, despegué al pulpo de mi tronco y lo lancé a la puerta del baño causando ruido y deformándolo. Sus tentáculos aplastados lo hacían parecer una repulsiva estrella extendida en la puerta.

Me cansé, lavé el vómito, fui a mi habitación y me recosté en mi cama. No me sentí menos embarazada pero ya era hora de mi siesta de las cuatro de la tarde.

Antes de intentar despertarme notó que comencé a reír suavemente en mi entresueño.
El Sr. Gastón, quien trabajaba atendiendo a mi familia, subió a mi habitación a avisarme que en unos minutos comenzaría la cena y que los invitados no tardarían en llegar. Antes de intentar despertarme notó que comencé a reír suavemente en mi entresueño. Seguramente se preguntó qué estaba soñando y el asunto le pareció bastante tierno. No quiso despertarme enseguida, me observó por unos segundos hasta que vio que mi respiración empezó a agitarse y mis extremidades comenzaron a temblar. Expulsé un gemido entrecortado y trémulo que lo perturbó e hizo que caminara apurado hacia la puerta, pero en el camino desperté y lo llamé. Gastón disimuló su perturbación, me avisó sobre la cena y se fue enseguida. Al despertar y verlo lo llamé instintivamente pero al mismo tiempo que lo nombraba volvía a mi mente la sensación de lo que soñé. El pulpo en mi entrepierna.

Me preocupaba que la humedad manchara el vestido.
Al bajar por las escaleras sentía la viscosidad incómoda. Me preocupaba que la humedad manchara el vestido. Fue bastante curioso ese momento en el que las imágenes, mientras saludaba a mis respetables padres y a los respetables invitados, se mezclaban con el recuerdo del sueño. Cuando comenzó la conversación en la mesa miré hacia la pared, desenfoqué los ojos y dormité sentada, con la espalda derecha y una ligera sonrisa en el rostro, como acostumbraba. En el fondo se opacaba el sonido de la conversación hasta hacerse incomprensible. Los meseros sirvieron los platos de comida que olían y se veían deliciosos. Comenzamos a comer. Mi atención seguía opacando la conversación y apenas escuchaba frases entrecortadas cada dos minutos.

“…obre mujer cree que comprando ese reloj caro se verá menos marg…”

“…ni una palabra durante toda la semana. Llega el viernes, tres tragos y comienzan las desfachat…”

“…rojo no combina con su tono de piel, completamente vulg…”

“…el perro lamió toda su cara y luego besó a su marido en la boc…”

“…esta langosta está exquis…”

En los platos, en las caras, en los escotes.
En el medio de esa última frase volteé. El pulpo, ahora ligeramente más grande y amarillo, estaba pegado a su oreja izquierda. Cuando el invitado Sr. Nosequé abrió la boca para introducir otro bocado, el tentáculo baboso del pulpo entró también. Los gestos de excitación por la delicia saboreada parecían aumentar ahora con el agregado sabor del tentáculo y la baba amarillenta. El pulpo continuaba apareciendo en distintas partes de la mesa y de todos. En los platos, en las caras, en los escotes. Al final de la cena estaban todos bañados en extracto de pulpo. Después de dos tragos, cuando aumenta el contacto físico en la interacción, todos se esparcían la baba entre sí, mojando los lugares aún secos. Hilos de baba marcando el camino de separación entre la boca y la copa.

“Luces pálida y sudada. Nada fresca. Sube a ducharte, niña”, me dijo mi madre. Con un charco de baba entre sus senos.

Decidí contarles un chiste:

¡Madre, cuánta comicidad!

-Escuchen, tuve un sueño de lo más curioso. No dudo que haya en la sala algún psicoanalista aficionado que me lo explique.

Mientras tanto, el pulpo pegado al techo se hacía más grande y su color amarillo cada vez encandilaba más.

-¡He sido fecundada por un pulpo amarillo! Ya me introduje, sin éxito, una mano completa para sacar al feto. Dudo que algo más funcione. Leí que el tiempo de gestación de un pulpo es de 50 días. Así que en más de 49 días y menos de nueve meses nacerá un humano de piel amarilla y viscosa, con una gran cabeza blanda y ojos pequeños y separados. Espero tener su apoyo y que todos lo amemos profundamente.

Todos soltaron carcajadas, mostrando dientes más brillantes y amarillos que nunca.

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Texto de Sairy Romero / @_scrm /
Sairy Romero. Tiene 21 años. Es venezolana. Vive en Veracruz. Estudia Ciencias de la Comunicación.

La ilustración de esta nota es de Hokusai y se llama “El sueño de la esposa del pescador”.

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