EL DISCURSO DE LILIANA SEGRE



¡No!, no todos los políticos son iguales, Liliana Segre sé un reconfortante ejemplo de ello. Segre, nació el 10 de septiembre de 1930, en Milán. Es senadora vitalicia italiana desde enero 2018.  Sufrió las leyes raciales italianas, fue arrestada y deportada en el campo Birkenau. Desde 1990 sensibiliza al pueblo italiano sobre las discriminación que ella vivió en carne propia.

Como Senadora Vitalicia, el dia 13 de Octubre, presidio la XIX Legislatura del Senado en la sede del Palazzo Madama, dictó el siguiente discurso:

"En las últimas semanas se ha cernido sobre todos nosotros el escalofriante ambiente de guerra, que ha vuelto a nuestra Europa, cerca de nosotros, con toda su carga de muerte, destrucción, crueldad, terror, en una locura sin fin. 

Me uno a las palabras precisas del Presidente de la República Sergio Mattarella: «La paz es urgente y necesaria. La forma de reconstruirlo pasa por un restablecimiento de la verdad, del derecho internacional, de la libertad del pueblo ucraniano”.

Hoy estoy particularmente emocionada frente al papel que el destino me reserva en este día. En este mes de octubre, que marca el centenario de la marcha sobre Roma, que dio inicio a la dictadura fascista, me toca asumir momentáneamente la Presidencia de este templo de la democracia que es el Senado de la República. El valor simbólico de esta circunstancia casual se amplifica en mi mente, porque -verán- mi jornada escolar empezó en octubre y me es imposible no sentir una especie de vértigo al recordar que esa misma niña que en un día como este de 1938, desconsolada y perdida, fue obligada por leyes racistas a dejar vacío el pupitre de su escuela primaria. Y hoy está, por un extraño destino, incluso en el banco más prestigioso del Senado.

El Senado de la XIX legislatura es una institución profundamente renovada no solo en el equilibrio político y en el pueblo electo, no solo porque por primera vez jóvenes de dieciocho a veinticinco años pudieron votar por esta Cámara, sino también y sobre todo porque por primera vez los elegidos se reducen a doscientos.

Pertenecer a un foro tan enrarecido solo puede aumentar la conciencia en todos nosotros de que el país nos está mirando, que nuestras responsabilidades son grandes, pero al mismo tiempo son grandes las oportunidades para predicar con el ejemplo.

Dar ejemplo no significa sólo cumplir con nuestro simple deber, es decir, cumplir nuestro oficio con disciplina y honor, esforzándonos para servir a las instituciones y no para utilizarlas. También podríamos permitirnos el gusto de dejar fuera de esta Asamblea la política gritada, que tanto ha contribuido a que crezca la desafección del voto, interpretando en cambio una política alta y noble que, sin desmerecer la firmeza de las diversas convicciones, muestra respeto para tus oponentes, ábrete sinceramente a la escucha, exprésate con bondad, incluso con mansedumbre.

Las elecciones del 25 de septiembre vieron, como debe ser, una animada competencia entre los diversos campos que presentaron al país programas alternativos y, a menudo, visiones opuestas. El pueblo lo ha decidido: es la esencia de la democracia. La mayoría que salió de las urnas tiene el derecho y el deber de gobernar; las minorías tienen la tarea igualmente fundamental de oponerse.

Debe ser común a todos el imperativo de conservar las instituciones de la República, que son de todos, que no son de nadie, que deben operar en interés de la patria y deben garantizar a todas las partes.

Las grandes democracias maduras lo son si, por encima de las divisiones partidarias y del ejercicio de roles diferentes, saben encontrarse unidas en un núcleo esencial de valores compartidos, instituciones respetadas, emblemas reconocidos.

En Italia, el ancla principal en torno a la cual debe manifestarse la unidad de nuestro pueblo es la Constitución republicana que -como dice Piero Calamandrei– no es un papel, sino el testamento de 100.000 muertos caídos en la larga lucha por la libertad; una lucha que no comenzó en septiembre de 1943, pero que idealmente ve a Giacomo Matteotti como líder.

El pueblo italiano siempre ha mostrado un gran apego a su Constitución, siempre la ha sentido amiga. En todas las ocasiones en que fueron cuestionados, los ciudadanos siempre han optado por defenderla, porque se sentían defendidos por ella. Incluso cuando el Parlamento no ha podido responder a la solicitud de intervención sobre normas que no se ajustan a los principios constitucionales -y lamentablemente esto ha sucedido a menudo-, nuestra Carta fundamental ha permitido, sin embargo, que el Tribunal Constitucional y el Poder Judicial realicen un trabajo precioso de aplicación jurisprudencial, haciendo evolucionar siempre la ley.

Por supuesto, la Constitución también es perfectible y puede ser enmendada, como ella misma establece en el artículo 138, pero permítanme observar que, si la energía que se ha gastado durante décadas para cambiar la Constitución, aunque con resultados modestos, a veces peyorativos, en cambio se hubiera utilizado para implementarlo, el nuestro sería un país más justo y más feliz.

El pensamiento se dirige inevitablemente al artículo 3, en el que los padres y madres constituyentes no se conformaron con prohibir aquellas discriminaciones basadas en sexo, raza, idioma, religión, opiniones políticas, condiciones personales y sociales, que habían sido la esencia del Antiguo Régimen.

También querían dejar a la República una tarea perpetua: “quitar los obstáculos de orden económico y social que, limitando la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana y la participación efectiva de todos los trabajadores para la organización política, económica y social del país”.

No es poesía y no es utopía. Es la Estrella Polar que debe guiarnos a todos, aunque tengamos diferentes programas para seguirla: quitar obstáculos. Las grandes naciones, pues, prueban serlo también al reconocerse coralmente en las fiestas civiles, encontrándose en hermandad en torno a las recurrencias labradas en el gran libro de la historia patria. ¿Por qué no debería ser este el caso del pueblo italiano? ¿Por qué el 25 de abril, Día de la Liberación, el 1 de mayo, Día del Trabajo, el 2 de junio, Día de la República, deben vivirse como fechas divisorias, y no con un auténtico espíritu republicano?

También en este tema del pleno compartir de las fiestas patrias, las fechas que marcan un pacto entre generaciones, entre la memoria y el futuro, puede ser grande el valor del ejemplo, de gestos nuevos y tal vez inesperados.

Otro terreno en el que conviene superar las vallas y asumir una responsabilidad común es el de la lucha contra la propagación del discurso del odio, contra la barbarización del debate público y contra la violencia de los prejuicios y la discriminación.

Permítanme recordar un precedente virtuoso de la pasada legislatura. El trabajo de la Comisión Extraordinaria para combatir los fenómenos de intolerancia, racismo, antisemitismo, incitación al odio y violencia. Estos trabajos terminaron con la aprobación unánime de un documento de política, muestra de una conciencia y una voluntad en todo el espectro político, que es fundamental para perdurar.

Concluyo con dos deseos. - Espero que la nueva legislatura vea un compromiso concertado de todos los miembros de esta Asamblea para mantener alto el prestigio del Senado, proteger sustancialmente sus prerrogativas y reafirmar, de hecho y no de palabra, la centralidad del Parlamento. Durante mucho tiempo, muchos se han quejado de una deriva y mortificación del papel del poder legislativo por el abuso del decreto de urgencia y el uso del voto de confianza. Y las graves emergencias que han caracterizado los últimos años solo podrían agravar la tendencia. En mi ingenuidad de madre de familia, sin embargo, pero también según mi firme convicción, creo que es necesario detener la larga serie de errores del pasado.

Por eso bastaría que la mayoría recordara los abusos que denunciaba de los gobiernos cuando era minoría y que las minorías recordaran los excesos que atribuían a la oposición cuando era ella quién gobernaba. Una sana y leal colaboración institucional, sin desmerecer la distinción fisiológica de roles, permitiría devolver a su cauce natural la mayor parte de la producción legislativa, al mismo tiempo que garantizaría ciertos tiempos para la votación."- Via panorámica 



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