Ante el reciente fenómeno de la gran renuncia en Estados Unidos e Italia, de la que hablaba a principios de noviembre, donde millones de personas abandonan su trabajo, en cierto modo por las circunstancias particulares de la larga pandemia, podría preguntarse por lo que convierte una suma de decisiones personales en contagio y fenómeno colectivo. Se juntan el cansancio producido por el trabajo precario, con el hartazgo de percibir vivir una vida oscura y rutinaria, trabajos que despersonalizan a los trabajadores. La precariedad, no sólo económica sino también vital, viene de la mano de la autoexplotación y, a menudo, es una explotación camuflada. Hay quien afirma que sólo siente haber sido un sujeto libre algún sábado, (nunca un domingo) o que dedica las vacaciones a trabajar, ya que es su única oportunidad de concentración. ¿Quién no ha pensado en más de una vez "lo dejo"? La coyuntura ocurrida en Estados Unidos en la pandemia ha favorecido el gran contagio de materializar esta proclama. Hay que tener en cuenta que este fenómeno bautizado como the Great Resignation ola Gran Renuncia, un término acuñado por el académico estadounidense Anthony Klotz que ha dado la vuelta al mundo. Y con razón. La cifra de dimisiones en Estados Unidos alcanzó los 47 millones, un récord histórico, lo que significa que cada mes renunciaron a su puesto de trabajo alrededor de cuatro millones de personas. Según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU., estas cifras equivalen a una pérdida de entre el 2,5 y el 3% de la fuerza laboral del país.

En España los datos no parecen ir en la misma línea, aunque el malestar está presente aquí y allá, y las protestas de los trabajadores aumentan día a día. Porque cuando una persona dimite y abandona un trabajo que considera opresivo no moviliza más allá de su dignidad y posicionamiento, pero tiene la fuerza simbólica de generar una pregunta al de su lado. El contagio social también se da como forma de movilización y cambio. Fíjese que ante determinada presión laboral hay un punto entre la sumisión y la rebeldía. Y un lugar intermedio es el cansancio, el agotamiento ante una vida de horas extras y concatenación de trabajos que obliga a muchos a ir dopados mientras dure la presión, que no todo el mundo es capaz de soportar.

Hasta ahora, el equilibrio entre empleados y empleadores estaba del lado de quien contrata porque siempre había una masa de precarios esperando si los que tenían trabajo renunciaban a ello. Pero si unos y otros abandonan, dejan de ser muchos solos para de repente hacerse un colectivo, y ahí la situación cambia. No es de extrañar que algunos economistas hablen de una reformulación del capitalismo. Y que esto comience en el reino del capitalismo más feroz, allí donde la debilidad de los sindicatos dejan desprotegidos a los trabajadores.

Rebelarse ante la inercia capitalista que refuerza al trabajador como alguien productivo y no pensativo obliga a pensarse como un “pensarnos”, no lo que me hace singular, sino lo que me iguala a los demás. Este fenómeno norteamericano ilustra un contagio y un cansancio que, curiosamente, no había sido leído por la máquina capitalista que, apoyándose en lógicas algorítmicas, presume de predecir comportamientos masivos. No advirtieron que estas lógicas se apoyan en el pasado y que la pandemia ha generado un escenario nuevo, un movimiento nuevo que debería ser usado para replantear otras formas de vivir y trabajar. Y es posible.