Llegados a cierta edad, nuestro cuerpo nos empieza a desesperar. Mi abuelo se murió viejo a la edad en la que yo aún me planteaba acabar de madurar. Él se murió, sesentón y anciano, de vivir y de fumar. Supongo que cada época elige la manera de matarse.  Nosotros duramos más pero duramos peor. Nuestro cuerpo se agota, cansa y corrompe, así que toca hablar de robots, injertos biónicos, prótesis, cerebros en formol, metaversos, realidades paralelas, avatares y sueños de brujas y viajes a Turquía a recomponer la masa capilar. 

Y es que este cuerpo en que estamos alojados temporalmente en contra de nuestra voluntad ya no da más de si, y hay que empezar a prepararse para abandonarlo y volver al origen de los tiempos, para volver a ser aquello que es nuestra finalidad, para lo que fuimos inicialmente creados, energía en estado puro. Mientras, moriremos solos, viejos, pero solos. De tanto buscar el sentido de la vida, igual nos hemos olvidado de morir por algo que valga la pena, y hemos sido incapaces de comprender que la vida no tiene ningún sentido.