Un puente de cinco días con buena parte de los barceloneses haciendo el pixapí por comarcas es una oportunidad espléndida para disfrutar de la ciudad. Silencio, pocos camiones y ningún ruido de obras en el piso de arriba. Aprovecho para reservar mesa en un restaurante de fuera de mi barrio, un restaurante de la zona de la Maternitat. Hace más de diez años que no voy. Ha cambiado de propietarios, y dicen que el nuevo cocinero hace las cosas tan bien como los dos hermanos que lo regentaban antes. Además, tras la cagada de hace diez días, cuando la web de La Meva Salut iba fatal, seguro que ahora ya todos se han descargado el pasaporte covid y los encargados de los restaurantes han aprendido cómo va la aplicación.
Pues no. Entro en el restaurante y enseño el certificado. El camarero me mira con ojos sorprendidos y me dice:

–Vale. Ya se puede sentar.

Le pregunto si no tendría que verificar mi QR. Me dice que no hace falta:

–Usted lleva el certificado. Si alguien me dice algo, le diré que me lo ha enseñado. Si no es correcto, es cosa suya.

Intento explicarle que el protocolo no va exactamente así. Pero ya no me escucha porque van entrando otros clientes que también tienen mesa reservada. Ninguno de ellos enseña el certificado. Nadie del restaurante lo pide. ¿Por qué deberían hacerlo si, tal como ha declarado Albert Batlle, concejal de Seguridad del Ayuntamiento, “ni la Urbana ni los Mossos irán a los establecimientos a controlar; eso no es trabajo de la policía”.

Más claro, el agua. Entiendo que ni mossos ni urbanos tengan que dedicarse a esa cuestión. Otro trabajo tienen, supongo. Pero entonces, ¿todo queda en manos de los restauradores, que en algunos casos pasan olímpicamente de verificar nada? No sé por qué Salut pierde tiempo en elaborar normas que parecen diseñadas a posta para que quien quiera se las salte a la torera.
Esta experiencia la explica Quim  Monzó, pero puede ser aplicable a usted o a mi si hemos ido a algún restaurante de la zona donde vivimos. Queda claro que el objetivo perseguido por el pasaporte no es el mismo en si, sino que la gente corra a vacunarse para obtenerlo, y en este sentido la Generalitat ha conseguido alcanzar su objetivo, las vacunaciones en Barcelona se han triplicado en pocos días.