Según el diccionario, "caos" es sinónimo de confusión o desorden, como el que reina en mi despacho en la universidad. Y la Biblia asegura que Dios confeccionó el cosmos ordenado a partir de un mundo caótico. (El mito de la creación a partir de la nada fue un agregado posterior.) En el curso de las tres últimas décadas se ha popularizado un segundo uso de la palabra "caos". Éste está relacionado con la dinámica no lineal. Y no tiene nada de caótico en el sentido original de la palabra, ya que satisface leyes matemáticas precisas. Estas leyes no son estrictamente causales ni probabilistas: son su¡ generis y desusadas. Las leyes del "caos" son tan extrañas que, en mi opinión, no es posible divulgarlas. Por esto mismo, han dado lugar a una escandalosa literatura semipopular caracterizada por exageraciones tan extremas como la propaganda sobre la supuesta inteligencia de las computadoras. El caos matemático es una suerte de imitación del azar. En efecto, a ojo desnudo una trayectoria caótica parece aleatoria. Esta ilusión se esfuma cuando se examina la dinámica subyacente, que es al menos parcialmente causal. Una característica de esta dinámica es que diminutas variaciones del estado inicial del sistema son seguidas por cambios desproporcionados (no lineales) del estado final. O sea, dos trayectorias inicialmente próximas pueden terminar distantes, como las historias de dos gemelos idénticos educados en ambientes muy diferentes. En suma, el caos matemático es un caso de «A pequeñas causas, grandes efectos». Los frecuentadores de casinos saben que esto se aplica a la ruleta: una pequeña desviación de la posición inicial de la bolita hace la diferencia entre ganar y perder. Otro ejemplo es, este experimento, que conoce cualquier papirómano: tómese una hoja de papel y déjesela caer una y otra vez a partir de la misma altura. Se ve que la hoja cae todas las veces en lugares distintos. Sus trayectorias son caóticas. Otra característica de la dinámica caótica es que depende críticamente del valor exacto de uno o más parámetros, a veces llamados "variables perilla", a semejanza de la perilla con que controlamos la longitud de onda de una radio. A primera vista estos parámetros son iguales a las inocentes constantes que figuran en una ecuación vulgar y silvestre. A segunda vista son radicalmente diferentes: si se cambia un poquito el valor de uno de esos parámetros, particularmente en ciertos intervalos críticos, uno se enfrenta con efectos impredecibles. No se trata solamente de que la respuesta de un sistema caótico a tal cambio sea enorme: también puede ocurrir que haya dos respuestas posibles en lugar de una sola. Para peor, a diferencia de las coyunturas de un proceso aleatorio, cada una de las cuales tiene una probabilidad fija, las coyunturas de los procesos caóticos no pueden ser ponderadas de la misma manera: no se puede saber a priori cuál de los caminos posibles es más probable que los demás. Se conocen unos cuantos procesos caóticos. Uno: las órbitas de ciertos asteroides. Otro: los latidos del corazón, que se vuelven caóticos al sobrevenir la arritmia. Un tercero: las perturbaciones atmosféricas locales parecen ser caóticas. De aquí que la previsión meteorológica local y a corto plazo sea tanto más difícil que la global y a largo plazo. Cuarto ejemplo: la reproducción de poblaciones de insectos de ciertas especies, tales como los coleópteros, parece ser caótica. En efecto, cada tanto la población explota o, por el contrario, se contrae drásticamente. En este caso la variable perilla es la tasa de mortalidad, que el experimentador puede variar a voluntad. 
El entusiasmo por el caos matemático ha llegado al colmo de sostener que el aleteo de una mariposa en Buenos Aires puede causar un tifón en el Mar de la China. Este «efecto mariposa» sería un ejemplo de dinámica caótica. Pero ésta es mera fantasía, puesto que las ondas de choque generadas por el aleteo de una mariposa se disipan enseguida en el aire circundante. Las tormentas reales, y en particular los huracanes, involucran gigantescos transportes de energía que no están al alcance ni siquiera de la bandada más enorme de mariposas monarca, las que vuelan en masa entre Canadá y México. Si bien puede ser que haya caos por doquier, no hay que creer todo lo que uno lee en la literatura popular sobre el tema. Gran parte de ella es imprecisa y sensacionalista. Esto se aplica muy especialmente a las especulaciones caóticas de aquellos economistas y politólogos que, sin escribir ecuaciones, trazan paralelos entre las fluctuaciones económicas y las turbulencias políticas, por una parte, y la dinámica caótica, por la otra. Antes de comprar una mercancía rotulada "caos" pidámosle al vendedor que exhiba las ecuaciones y que compare las soluciones de éstas con los datos sociales correspondientes, tales como las series temporales de precios o de disturbios callejeros. En todo caso, hasta el momento no se ha probado que haya procesos sociales caóticos. Todo lo que hay son sospechas. La dinámica caótica tiene varias implicaciones epistemológicas. Una de ellas es que la posesión de una fórmula no basta para hacer predicciones precisas: hay procesos, como los aleatorios y los caóticos, que no son predecibles en detalle. Otra moraleja es que no basta mirar una serie de datos para discernir si muestran un proceso aleatorio o caótico. Para decidir entre ambas posibilidades es preciso formular una o más ecuaciones y efectuar experimentos que permitan variar los valores de los parámetros perilla. En resumen, la dinámica caótica es importante, interesante y promisoria, pero no debemos dejarnos llevar por la propaganda, ni debemos pensar que toda irregularidad aparente oculta una dinámica caótica. ¡Qué caos! - Mario Bunge