LA VERDAD A LOMOS DE UNA RATA

 


💬Suele haber en las grandes urbes más ratas que personas. Pero aunque la oscura existencia subterránea de estos roedores permanece oculta a la vista de quienes nos aferramos a una superficie urbana cada vez más caótica y disputada, haríamos bien en prestarles de vez en cuando un poquito de nuestra atención, máxime en estos tiempos de pandemia. Es lo que hizo Albert Camus en La peste (1947), novela en la que la peste bubónica, de la que son portadores las ratas, hace estragos entre la población de Orán, sólo para concluir que, a fin de cuentas, lo único que nos salvará no es otra que la cooperación, el entendimiento entre personas.

Es una lección a tener en cuenta ante el auge de malignas fuerzas políticas que buscan cómo sea la bipolarización de la sociedad. Como hemos visto con el fenómeno Trump, gran parte de su éxito se basaba -¡y se basa!- en su descarado dominio de la mentira, la desinformación, el bulo y el insulto, que al parecer es lo que les gusta a los millones de personas que le han dado, en dos comicios presidenciales consecutivos, su voto. De modo que, en estos momentos, la pandemia de la Covid-19, que ahora por fin tiene visos de poder ser controlada y eventualmente vencida por una u otra vacuna, convive con la peste que surge de las cloacas del orwelliano Ministerio de la Verdad, y que promete ser bastante más mortífera y duradera que el dichoso bicho. Si nada más porque no se trata de un enemigo exterior a combatir, sino que surge de las ratas de cloaca que medran debajo de nuestros pies.

En 1898, la revista inglesa The Wide World Magazine comenzó a ofrecer a sus lectores unas crónicas firmas por Louis de Rougemont, sobre los treinta años que éste pasó con una tribu de aborígenes australianos totalmente aislado del resto de la humanidad. Y una de sus más asombrosas vivencias reza, precisamente, sobre una plaga de ratas.

Un buen día, caminaba tranquilamente De Rougemont al lado de su esposa, Yamba, cuando ésta, de pronto aterrorizada, le dice se encaramasen a toda prisa al árbol más cercano. Pese a no percibir a su alrededor ningún peligro inminente, De Rougemont le obedece sin pensárselo dos veces, pues de los conocimientos de su esposa depende su supervivencia en esas interminables tierras yermas. Al cabo de unos instantes atisba en lontananza lo que parece una inmensa y ondulante ola negra compuesta de criaturas vivas. Eran ratas, un mar de ratas en movimiento que acabaría inundando toda la llanura hasta el horizonte.

Las ratas devoraban todo cuanto encontraban a su paso… serpientes, lagartos y hasta los canguros más grandes. También se comían entre ellos, aunque sin detenerse, tal era el ímpetu que hacía avanzar la masa. Los chillidos que emitían eran insoportables. Una vez hubo pasado la ola, Yamba le explicó que se trataba de un fenómeno que se daba con basta frecuencia en aquellas tierras y que habían tenido suerte de hallar refugio en el árbol.

Pues bien, no hay ni una palabra de verdad en el escrito de Louis de Rougemont, que en realidad era un cantamañanas suizo llamado Henri Louis Grin. Pero ya puesto, además de deleitar a los lectores con inventadas mareas de ratas y otros despropósitos por el estilo, el muy embustero les relataba cómo la tribu de Yamba lo había tomado por un dios.

Por muy convincentes que pudiesen resultarles a primera vista a los lectores las supuestas aventuras de De Rougemont, había, empero, alguno que cuestionaba su autenticidad, y finalmente se pudo establecer que, aunque sí había estado en Australia, gran parte de sus conocimientos de las antípodas los debía a los libros que leía en la sala de lectura del British Museum, en Londres.

Puede que una vacuna milagrosa acabe pronto con la Covid-19; aun así, nos conviene recordar que la peste, sea real o imaginaria, suele cabalgar a lomos de ratas. Y de ahí, ante el presente auge de populismos, la vigencia del cuento del flautista de Hamelín. Porque si no lo remediamos y pronto, el día menos esperado nos despertaremos sólo para descubrir que nuestros hijos ya no están, que se ha ido siguiendo al flautista que contratamos para salvarnos de las ratas pero al que no quisimos pagar lo acordado. -  John William Wilkinson - lavanguardia.com

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