Foto Manuel Balce Ceneta / AP/LaPresse - en la vanguardia.com, 

El otro día, Donald Trump reveló una conversación mantenida en el 2018 con un mandatario “de uno de los grandes países” de la OTAN. Le dijo que no defendería al miembro de la alianza que no gaste al menos un 2% del PIB en defensa, y añadió que, en lugar de ayudar al aliado moroso, “animaría a Rusia a hacer lo que le plazca”. Las palabras de Trump han resonado como la enésima fanfarronada del pintoresco candidato a la presidencia en unos días especialmente fúnebres: creciente devastación mortal en Gaza, ataques de los hutíes en el mar Rojo, conquista rusa de Avdíyivka (Ucrania), tecnología nuclear rusa en el espacio contra los satélites, amenaza rusa a la presidenta de Estonia, eliminación de Navalni…

Pero no deja de ser aquello del tanto tienes tanto vales.  Por eso no llevará EE.UU. sus dudas sobre la OTAN al extremo, ya que, si abandonara Europa, Alemania tendría las manos libres para rehacer el pacto con Rusia. Pero es un hecho: EE.UU. tiene un dilema con la OTAN, que Trump expresa groseramente, pero del que Biden también es consciente. Cada vez queda más claro que la indecorosa y apresurada huida norteamericana de Afganistán inauguró una época. ¡Que se paguen las mujeres afganas su derecho a la libertad!, pensaban los estadounidenses. Ahora desean que Europa pague su defensa.

Huyendo de Afganistán, EE.UU. daba permiso de aventura a los Putin y Erdogan del mundo. EE.UU. no puede con todo. Y nosotros, mediterráneos, tras tantos años de vivir cómodamente protegidos por los norteamericanos y practicando el deporte sin riesgo de criticarlos, nos enfrentamos ahora a nuestros retos geopolíticos con el culo al aire.