La élite del futuro reside en una isla paradisíaca, lejos de las barriadas superpobladas. Sólo el tres por ciento de los jóvenes llega a la isla: quienes superan el proceso”. Lo que acabo de transcribirlos es, literalmente, el resumen de una serie brasileña que pueden ver en Netflix (disculpen la publicidad). Son cuatro temporadas y confieso que no he visto ni un solo capítulo. Sencillamente, me da miedo. Entenderán que hablar de proceso y del tres por ciento hace, como mínimo, cangueli, es decir, un escalofrío irremediable…

Hace décadas que el tres por ciento, o el dos, o el cuatro, o el cinco, es el sobrecoste que se paga, en concepto de cohecho, sobre no sé cuántos contratos y subastas públicas. En el Palau de la Música, con Millet y asociados, parece ser que era un tres más un dos o algo así… Pero llevamos años y casos acumulados como para pensar que todo esto del tres por ciento que anunció pero no denunció a Pasqual Maragall era un sistema basado en el sobrecoste de la obra pública y la corrupción institucionalizada.

Tres por ciento puede parecer una porción menor de la enorme tarta de las concesiones públicas, pero no cabe duda de que es una fortuna. Es más, si pensamos en la distopía brasileña, el tres por ciento puede llegar a ser un desiderátum, un mínimo común denominador del cohecho a repartir. Tres por ciento: parte del león de todo. Y algo más…

En Cataluña llevamos demasiado tiempo sospechando de un sobrecoste que graba el erario público. Y que nos deja convertidos en una especie de paganos sin fe. Gente que aporta su tributo sin ser capaces de discutir o discernir su motivo. Yo pago, pero me das licencia para ser buen ciudadano, mejor heredero, digno hijo de mis padres. El tres por ciento no es así de entrada demasiado. Un menor tributo, una forma de impuesto que no acaba de ser tan costoso como tantos otros. El IVA, sin ir más lejos… ¿Qué es un tres por ciento? Casi nada… Una parte muy discreta por completo. Una pequeñez en la inmensidad. Tres de cien. Una torpeza. Una bagatela.

Los brasileños de la serie televisiva parecen ser de la opinión de que un tres por ciento de la humanidad son, porcentaje más o menos, los que merecen sobrevivir. Previo, una serie de pruebas que son el proceso, es decir, la forma de asegurar que los elegidos son elegibles –yo ya me entiendo–. Esto del proceso como forma de asegurar una supuesta durabilidad de la humanidad ya da para un tratado diferente y mucho más extenso que este artículo.

El tres por ciento es también la parte que se evapora de la realidad. Aquel excremento, la parte de los ángeles o de los demonios, que asegura que algo va más allá de las laminaduras, los arañazos del sistema. Aquellas escorias que garantizan que todo funciona…

¿Qué es un tres por ciento? Casi nada. Una forma de dejar claro que hay una parte que define y dibuja el todo. Un porcentaje que apenas deja explícito cuál es el preámbulo del oficial, del legal, del sereno. Tres por ciento es la apuesta de futuro después del proceso. Es, de hecho, el futuro y el presente. Una anotación al margen de un presupuesto. El porcentaje de nuestros sueños y nuestras ilusiones. Ese tres por ciento que hace que creamos que es posible llegar al cien por cien. O incluso más allá… El ciento tres por ciento sería una opción…

El Oasis brasileño al igual que el catalán no era tan placentero como parecía.