La economía de la gente pobre y de los pequeños comercios se basa en el dinero efectivo. Es probable que la implementación de nuevos sistemas de pago ensanche la brecha de la pobreza y marque el camino hacia nuevos y aterradores niveles de vigilancia. Los cambios en la forma del dinero no son nada nuevo. El dinero es tecnológico. Las monedas de metal volvieron obsoletas a las conchas de mar, los dientes de ballenas y otras formas primitivas de dinero. La imprenta tuvo el mismo efecto sobre los metales preciosos: en su sitio, empezamos a utilizar papel moneda. La banca electrónica terminó con la era del cheque y ahora, los sistemas de pago 'sin contacto' o contactless están haciendo lo mismo con el efectivo, cada vez más incómodo. Por lo general, en el mercado gana la comodidad.

Está muy bien, siempre y cuando las personas puedan elegir con libertad. Lo que me preocupa es la guerra extraoficial desatada contra el dinero en metálico, desde las miradas de sospecha que uno recibe cuando paga grandes cantidades de dinero al contado hasta la cruzada europea por decomisar los billetes de 500 euros. No creo que hayan pensado bien las consecuencias. De hecho, lo que parece normal es que se imponga la digitilización a la banca, un aspecto que se había reivindicado hace tiempo en el sentido de eliminar el dinero físico en papel cambiándolo por la tarjeta. Se había probado con la tarjeta monedero hace unos años, pero no terminó de funcionar por qué los bancos cobraban una comisión excesiva. En un mundo sin efectivo, cada pago que se realice será fácil de rastrear. Quiere decir que gobiernos, bancos y procesadores de transacciones tendrían la posibilidad de acceder a esta información, a toda la información sobre nuestros movimientos.

Parece que la digitalización que ahora se está imponiendo sería del todo necesaria y razonable, pero provoca algunos daños colaterales, como la indefensión del mundo rural, donde hay pueblos sin cajero ni oficina Bancaria, y aquí sí que hay una brecha digital real y patente. Pero la otra brecha, la que origina la protesta de hoy de los jubilados o ancianos en general de no sacar dinero del cajero, no tiene ningún sentido, no deja de ser una pataleta de fin de semana. Toda esta gente que se queja, gente de 70/80 años, han tenido 50 años para ponerse digitalmente al día y que lo han hecho con lo que les ha convenido, como los móviles. Por tanto lo que deben hacer es espabilar y aprender en vez de quejarse, pues su queja infundada difumina la real de las zonas rurales. A veces no hace falta ser muy espabilado, sólo hay que fijarse, y que terminaríamos donde empezamos a estar estaba cantando y era cuestión de tiempo, un tiempo que la pandemia ha acortado. Lo que demuestra todo esto es que cuando nace un nuevo modelo de sociedad siempre hay otro que se resiste a morir.