A veces, la narración del horror, de la barbarie que es una guerra, en el caso de 'Un día perfecto' la guerra de los Balcanes, es hacerlo sin disparar un tiro, sin sangre y vísceras, mostrar la guerra desde la cotidinaeidad, desde la simpleza de un pozo de agua contaminado y una cuerda. A partir de esta premisa Fernando León de Aranoa construye una película muy sólida y honesta, con diálogos brillantes, lúcidos, desencantados pero efectivos y que consiguen reflejar la realidad. Un día perfecto vendría a ser un western crepuscular, aquí no hay héroes, ni superhéroes, sólo gente corriente en busca de una cuerda, y no para colgar a nadie que ya salen de colgados en la película, sino para evitar se contamine un pozo, un simple pozo, que para mucha gente es importante, muy importante.
Ya veis que aquí no hay grandes objetivos militares, ni disparos, ni muertos salvo los que ya lo estaban, y, es curiosamente el enfoque, la situación que plantea León de Aranoa, la que da la dimensión real del absurdo de cualquier guerra, la realidad sin adocenamientos, no hay esperanza y en el fondo tampoco salida, ni final, porque las guerras nunca terminan, cuando acaba una empieza otra peor, la posguerra. 
Otra virtud de la película es que en tan poco tiempo te puedes hacer una idea de lo que es ser cooperante en una guerra y puedas ver las miserias que sufre la población civil en una guerra, sin dramatismos exagerados, con ironía, con sutileza, con mucho respeto.
En las carreteras o caminos dejan una vaca muerta en medio, y los alrededores minados, de modo que quienes la quieran esquivar salten por los aires. Los protagonistas salen de un callejón sin salida de estos, apelando a la sabiduría de la gente sencilla, del campo, una mujer lleva a pastar sus vacas por la zona minada, y lo que hace es pisar donde lo han hecho ellas, y así pasan las vacas, la mujer y ellos. Todo tan sencillo como se resuelve al final el problema del pozo, que no contaré para no hacer un spoiler, así como el de los ocupantes del minibús azul.