De la entrevista del domingo al presidente Quim Torra me sorprendió que cuando el director Màrius Carol le pregunta si cree que la sociedad catalana está fracturada, el president res­ponda que no y que somos “una sociedad que debate apasionadamente, como cualquier sociedad mediterránea”. Trasladar este diagnóstico a la realidad no resulta fácil, e invita a pensar en aquellos dolores indefinibles que a veces sufrimos y que, por ignorancia, ­acabamos atribuyendo a los nervios.

Es inteligente no alimentar la bestia del sensacionalismo que, con perversas intenciones políticas, presenta Catalunya como un país partido por un abismo fratricida, con constantes brotes de violencia e intolerancia. Y aplicando el interés común, nos conviene creer que, visto con perspectiva, las divisiones y conflictos no han llegado ni mucho menos a las exageradas o inventadas cuotas de enfrentamiento y de odio que suelen atribuirnos. Eso, sin embargo, no resuelve la dificultad de definir situaciones poco estimulantes como discusiones, insultos y empujones por poner o quitar lazos y cruces amarillos, tensiones entre familiares y amigos para procurar no hablar del Tema o, como la noche del discurso de Felipe VI, tener que bajar a la calle para separar a dos vecinos que estaban a punto de debatir a golpe de cazuela. Quizás no estamos fracturados, pero tampoco estamos para convocar los Juegos Mediterráneos de la concordia.

Por eso me ha sorprendido que el president se haya refugiado en la vaguedad antropológica del apasionamiento mediterráneo. Es un recurso más propio de publicista que de un analista riguroso. Porque aun aceptando que los mediterráneos tendemos a expresarnos con vehemencia, la historia certifica que algunos de estos conflictos han degenerado en barbaries de consecuencias trágicamente apasionadas. Repasando el último año de tensiones políticas, deberíamos valorar que no hayan pasado más cosas (graves) pero no menospreciar las que sí han pasado y las secuelas de la interferencia de la política en la vida cotidiana. En cuanto a la mediterraneidad de nuestro apasionamiento, ojalá no caigamos en la parte más grotesca del cliché, como en aquellos tiempos en los que la Companyia Elèctrica Dharma y otros grupos se amparaban en una supuesta sonoridad mediterránea para reforzar mercadotécnicamente su propuesta con, eso sí, la coartada de una identidad parecida a la de esos bloques de apartamentos y restaurantes que se autoproclamaban como la encarnación del mare nostrum.

Ahora nostrum es una cadena de comida preparada que vende croquetas de todo tipo a precios populares, el mar está como está, la mediterraneidad es una franquicia espiritual expropiada por inverosímiles anuncios de cerveza y a la tensión política le pasa lo mismo de siempre: que en manos de cafres y de impunes es altamente peligrosa, tanto si se permite que siga creciendo como si se finge que no existe. - Mediterráneo da capo - Sergi Pàmies - lavanguardia.com