Portada de la novela Spieway ogrody de Pawel Huelle.

- Este artículo del periodista polaco Maciek Wisniewski, lo publiqué en 2018, pero encuentro interesante revisarlo ahora, leyéndolo es más fácil entender lo que está sucediendo en todo el Mundo Occidental con el auge de la extrema derecha. Y conste que estábamos avisados.

La novela Spiewaj ogrody,  título tomado de un poema de Rainer Maria Rilke del escritor polaco Pawel Huelle, ambientada en Danzig/Wolne Miasto Gdansk de los años 30, narra la historia de un compositor que trabaja en una inconclusa –y ficticia– ópera de Wagner: El cazador de ratas de Hamelín. La vieja, documentada por los hermanos Grimm, leyenda sobre un flautista que al no recibir su recompensa por sacar las ratas de la ciudad se venga seduciendo con su música y desapareciendo a los niños inocentes, sirve de fondo para retratar el mundo a punto de sumergirse en llamas y hablar, entre otros temas, de cuestiones morales alrededor de Wagner, su propio antisemitismo y el (ab)uso de su obra por los nazis. Hitler, que hizo de Bayreuth su segunda casa, se sentía como uno de los héroes wagnerianos que se sacrificaban por el bien del pueblo teutón. En realidad era como aquel cazador de ratas de la ópera apócrifa que sedujo a los alemanes prometiendo liberarlos de la crisis y otras desgracias de Weimar. Pero muchos se dejaron seducir con ganas. 

El veterano periodista John Pilger, analizando la cobertura orwelliana que los medios le dan a las guerras imperiales de Obama, sucesos en Ucrania o Gaza, apunta que estas manipulaciones se parecen a los tiempos del auge del fascismo; y recuerda su plática con Leni Riefenstahl, la propagandista nazi, diciendo que sus mensajes no obedecían las “órdenes de arriba”, sino el “vacío sumiso” en la sociedad alemana (Counterpunch, 11-13/7/14). 

Hoy el fascismo sigue seduciendo: con una melodía más suave y a través de otros canales, pero calando en el mismo “vacío”. El principal “motivo” es la “seguridad”. El espionaje masivo, según el historiador Norman Pollack, se volvió un erastz del campo de concentración; su vínculo con la política de contraterrorismo pretende sofocar cualquier cambio democrático y social. Históricamente una herramienta del capitalismo para estabilizarse en tiempos de crisis y conservar la estructura de poder/riqueza, el fascismo reina en Europa (vide: las recientes elecciones europeas), en Estados Unidos (con la llegada de Donald Trump al poder) según Pollack, véase: Counterpunch, 11 y 20-22/6/14), pero también en... Israel. 

Ya desde la guerra de 1967 muchos advertían que con la ocupación de territorios palestinos los judíos internalizarían las prácticas y valores de sus verdugos, convirtiendo a Israel en un “Estado fascista”. Lo vemos perfectamente a la luz de la (siguiente) atrocidad en Gaza. “Hay enfermedad en mi casa. Es fascismo y racismo”, dice Yonatan Shapira, ex militar israelí disidente (Democracy Now!, 24/7/14). También el filósofo italiano Gianni Vattimo dijo: “Israel es un estado nazi y fascista, peor que Hitler” (Página/12, 27/7/14). ¿Provocación o un agudo análisis de la realidad? Ya desde hace tiempo Uri Avnery, el viejo activista israelí, denuncia “elementos” y “tendencias fascistas” en Israel, que se volvió... “la Meca de los racistas del mundo”. “El peregrinaje al Estado judío es objetivo de cada fascista esperanzado”, escribía (Gush Shalom, 17/12/11), apuntando a la extraña alianza entre Israel y la ultraderecha antisemita/nazi, que lo considera el “principal bastión contra el islam” (algo analizado por Slavoj Zizek en The year of dreaming dangerously, 2012, pp. 36-38). Lo único bueno es que a diferencia de los años 30, el que no tiene ninguna culpa es... Wagner. Es más: gracias a Daniel Barenboim, el judío-argentino con nacionalidad palestina, su música sirve como fórmula para el acercamiento árabe-israelí. La melodía seductora del fascismo ya no la tocan hoy las orquestas, sino los medios. 


Periodista polaco