¿Podría ser este el regreso del Dr. Strangelove? Como quiera que sea, al agitar el sonajero de la “disuasión” para intentar salir del embrollo de Ucrania y enfrentarse a las sanciones, al boicot y a las condenas de todo el mundo, el presidente ruso Vladímir Putin puede presumir de haber “despertado” el fantasma de la antigua Guerra Fría y de haber internacionalizado, de repente, algo que se anunciaba como una guerra esencialmente regional, en los márgenes –que no en el corazón– de Europa.
Según el general francés Vincent Desportes, exdirector de la Escuela de Guerra, el tiempo corre en contra de Putin: se encuentra en un callejón sin salida. Tendrá que parar esta guerra, y “tendremos que dejar que se vaya con algo”. Pero, mientras tanto, “esto puede ser Grozny (2), pero también Stalingrado (3) –y Putin lo sabe–”.
Por eso mismo, Desportes muestra mayor “inquietud”: “Hemos cambiado de mundo hoy (domingo 27 de febrero) a las 15 horas. Ya no se trata de 100.000 vidas y cuatro ciudades, sino de la destrucción del mundo. ¿Vamos a repetir la crisis de los misiles cubanos de 1962? (4). A Kennedy le costó frenar a sus militares, pero había un círculo en torno a Jruschov (5), mientras que Putin está solo”. Dicho esto, según el general Desportes, “ha hecho gala de una relativa moderación”, al menos al principio de la intervención de sus tropas: envió un ejército de reclutas, que esperaba liberar a los ucranios alegres y alborozados…
A Desportes le sorprende especialmente el “atronador silencio de los estadounidenses”, que se mostraron locuaces antes del ataque, al tiempo que aseguraban que ellos mismos “no irían”; pero que a su manera “pulsaron el botón” de la operación rusa, como apunta Alain Bauer, otro especialista en temas de seguridad.
“Rusia ha sido maltratada desde 1991 –reconoce Pierre Conesa, antiguo asesor del Ministerio de Defensa francés–. Vladímir Putin, con buenas disposiciones al principio, ha devuelto la dignidad a los rusos tras el derrumbe de la URSS, pero ha terminado crispándose. Siente que la OTAN –que no se ha disuelto, a diferencia del Pacto de Varsovia, y que ha seguido expandiéndose (6)– le está cercando de nuevo”. ¿La solución, según Conesa? Una gran conferencia sobre la seguridad en Europa, para diseñar una nueva arquitectura de paz; y para reconocer, aunque sea parcialmente, algunas de las demandas de seguridad de Rusia.
Ya en 1946, al año de lanzarse las primeras bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, los teóricos de la disuasión estadounidenses empezaron a explicar que, si hasta entonces lo que se intentaba era ganar la guerra, a partir de ahora habría que evitarla, o prepararla para no tener que librarla. De ahí la noción de arma de “no uso”, que ha sido la característica de las armas nucleares hasta los últimos años. Durante la Guerra Fría, se podía hablar de un “equilibrio del terror”, en el que cada bando apostaba por la racionalidad de un adversario que no asumiría el riesgo de sufrir daños inaceptables.
En este aspecto, depende mucho de la definición de lo que el agresor y el agredido consideran “intereses vitales”, y también de la credibilidad del poseedor del arma atómica, de su serenidad y de su capacidad de discernimiento. El 16 de noviembre de 1983, durante la crisis de los euromisiles con Rusia, François Mitterrand recordó en Antenne 2 la abrumadora responsabilidad que recaía en el presidente en Francia: “Lo fundamental en la estrategia de disuasión es el jefe de Estado, soy yo: todo depende de su determinación. El resto es material inerte, bueno, hasta la decisión que debe consistir precisamente en no utilizarla” (Le Monde diplomatique, 28 de febrero de 2022).
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