EL OCASO DEL PENSAMIENTO

Cuando estoy en una iglesia, a menudo pienso qué fantástica sería la religión si no hubiese creyentes, si solo hubiese la inquietud religiosa de Dios de la que nos habla el órgano. EM.CIORAN


Dios está muy interesado en controlar las verdades. A veces un simple encogimiento de hombros puede hacer que todas se le vengan abajo, puesto que los pensamientos ya hace tiempo que se las socavaron. Si un gusano es capaz de sentir inquietudes metafísicas, también él le quita el sueño. Pensar en Dios es un obstáculo para el suicidio, no para la muerte. Eso no alivia en absoluto la oscuridad que habrá asustado a Dios mientras se buscaba el pulso por miedo a la nada. Dicen que Diógenes se dedicaba a falsificar moneda. Todo hombre que no crea en la verdad absoluta tiene derecho a falsificar cualquier cosa. Si Diógenes hubiera nacido después de Cristo, habría sido un santo. ¿Adónde puede llevarnos la admiración por los cínicos y dos mil años de cristianismo? A un Diógenes enternecedor… Platón dijo de Diógenes que era un Sócrates loco. Difícil resulta ya salvar a Sócrates. Lo religioso no es una cuestión de contenido, sino de intensidad. Dios se concreta en nuestros momentos febriles, de suerte que el mundo en el que vivimos se convierte en un excepcional objetivo de la sensibilidad religiosa por el hecho de que solo podemos reflexionar en los momentos neutros. Sin «fiebres» no superamos el campo de la percepción, es decir, no vemos nada. Los ojos solo sirven a Dios cuando no distinguen los objetos; lo absoluto teme a la individuación. Si verdaderamente Dios, como tal ser no existiera, si nuestras debilidades primaran sobre nuestras resoluciones y nuestras profundidades sobre nuestros exámenes, entonces por qué preocuparnos todavía, si nuestras dificultades estarían ya resueltas, nuestras interrogaciones suspendidas y nuestros espantos apaciguados? Sería demasiado fácil. Todo absoluto -personal o abstracto- es una forma de escamotear los problemas, y no sólo los problemas, sino también su raíz, que no es otra que el pánico de los sentidos.

Dios: caída perpendicular sobre nuestro susto, salvación cayendo como un rayo en medio de nuestras búsquedas que ninguna esperanza engaña, anulación sin paliativos de nuestro orgullo desconsolado y voluntariamente inconsolable, encaminamiento del individuo por un paro del alma por falta de inquietudes ...

¿Qué más renuncia que la fe? Es cierto que sin ella uno se adentra en un sinfín de callejones sin salida. Pero aun sabiendo que no puede llevar a nada, que el universo es solo un subproducto de nuestra tristeza, ¿por qué sacrificaríamos ese placer de tropezar y rompernos la cabeza contra la tierra y el cielo?. Las soluciones que nos propone nuestra cobardía ancestral son las peores deserciones en nuestro deber de decencia intelectual. Equivocarse, vivir y morir engañados, he aquí lo que hacen los hombres. Pero existe una dignidad que nos preserva de desaparecer en Dios y que transforma todos nuestros instantes en oraciones que nunca haremos.

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