Solemos ir al cementerio el domingo después del día de los muertos o difuntos, más que nada para evitar la concentración de gente que se genera el dia uno de Noviembre de cada año. Hablamos de la Funeraria, los discípulos, o quizás maestros de Al Capone, pues mientras este mataba o hacía matar a la gente, las funerarias especulan y juegan con los muertos y el dolor de los que de momento se quedan, que todavía es más cruel y miserable. Enterrar una persona cuesta un mínimo de 5.000 euros, o 10.000 leí en el Periódico que cobran en Barcelona.¿Porque? porque las rapaces funerarias en clara connivencia con los ayuntamientos viven de eso, es su negocio, el negocio de la muerte a costa de los vivos, y lo hacen obscenamente, de manera pulcra y educada, eso es cierto, pero obscena. Y esta historia debería terminar. 
Si se ha de incinerar a una persona, para que carajo han de gastarse mil o más euros en un ataúd, si en internet tienes de cartón por 30 euros. Este ataúd debe quemarse al poco tiempo de haberlo usado, pero no, la Funeraria de turno, en connivencia con el ayuntamiento corrompido de turno, han decidido lo que te ha de costar enterrar a una persona que de hecho ya no lo es, y además, al contado. 
Me niego, esto se tiene que acabar, el negocio de la muerte es de los más obscenos, y nadie, nadie hace nada para evitarlo. La muerte no es como decía Vinyoli un cambio más, pues es el cambio definitivo, pero lo que no puede ser es que morirse cueste un riñón, todo ello para el lucro de la Funeraria de turno y del ayuntamiento también de turno, y no veo tampoco que los nuevos alcaldes metan mano en el negocio. Y no entiendo tampoco como no hay más respuesta social, más quejas , sobre este obsceno derecho de pernada sobre la muerte. 
El Ayuntamiento de Barcelona ha intentado sin éxito -de momento- montar una Funeraria Municipal por su cuenta que saldría el costo casi a mitad de precio, però no se ha salido con la suya. hay que decir que este problema no és sólo nuestro, sucede en todo el mundo civilizado, como explican en este reportaje de la China: MORIR ES CARO


Hasta siete familias han depositado esta semana los restos de sus seres queridos en el cementerio de Tianshou, a las afueras de Pekín. Pero no han sido entierros convencionales. Los familiares se desplazaban en carros de golf con apariencia de coche fúnebre y, en lugar de en una tumba, arrojaban pétalos de flores sobre una pequeña parcela de césped en la que enterraron los frascos biodegradables que contenían las cenizas de los fallecidos.
El espacio reservado para estos entierros eco, a modo de parque, tiene capacidad para más de 2.000 tarros. No es necesario delimitar parcelas concretas y se emplean diferentes capas del suelo. Según calculan los responsables del cementerio, en esta misma superficie solo cabrían entre 500 y 600 tumbas convencionales.
El dicho "No me puedo permitir morir, porque no me puedo permitir ser enterrado" gana popularidad en un país que se queda sin espacio para enterrar a sus muertos y en el que el precio del metro cuadrado en los cementerios ya supera al de la vivienda. Por eso, las autoridades chinas tratan de promover este tipo de sepulturas eco.
Así que los viernes los cementerios de China se llenan de gente que rinde homenaje a sus antepasados en el qingming jie, un festival en el que se limpian las tumbas. Se barren, se hacen ofrendas de comida y se quema incienso y billetes. Cada vez son más los que optan por alternativas más baratas pese a que los entierros tradicionales siguen siendo mayoría, según Tianshou, el operador privado que ofrece este servicio ecológico y gratuito en colaboración con la oficina local de asuntos civiles.
"Los entierros ecológicos están cada vez más aceptados socialmente. Al principio, la gente se mostraba reticente, pero ya hace dos años que los promovemos y cada vez más las personas los quieren", explica Sun Ying, director de marketing y estrategia de Tianshou. "Creo que en el futuro habrá más y más gente pedirá esta forma de entierro en la que espacio se comparte", comenta.
Es difícil modificar prácticas con más de 2.500 años de antigüedad y tradiciones de culto a los antepasados fuertemente arraigadas. Cuidar de los muertos es, todavía en muchas regiones, una importante tradición cultural y una muestra de devoción filial.

Consecuencia de la rápida urbanización, las familias que alguna vez enterraron a sus parientes en propiedades familiares cerca de sus casas ya no tienen espacio. La especulación también juega un papel importante: las parcelas de las tumbas se compran con anticipación por temor a que los precios sean más altos en el futuro y existen grandes propietarios que después se dedican a venderlas.
Por esto existe una fuerte demanda. En ciudades como Pekín el precio medio supera los 100.000 yuanes (13.200 euros). Los nichos en Tianshou, uno de los cementerios más populares la capital, oscilan entre 29.800 y 88.000 yuanes (entre 3.900 y 11.600 euros), como indica su página web. Y en algunas ciudades las familias han llegado a comprar apartamentos donde descansar los restos incinerados de sus fallecidos, según varias agencias inmobiliarias.
Por su parte, el Gobierno chino está impulsando directivas y sistemas de incentivos para cambiar la manera en la que se concibe la muerte. En 2016, las autoridades publicaron directrices para fomentar los entierros en la naturaleza. Y a través de una reforma en septiembre de la gestión de funerales, el Gobierno pidió a las autoridades locales que proporcionaran apoyo financiero a los cementerios públicos, de manera que se abaratasen los costes.
Shanghai ya lleva tiempo promoviendo los entierros en el mar, a través de subvenciones a funerarias y familias, y hay ciudades que ofrecen servicios adicionales para aumentar el atractivo de los entierros eco. El cementerio Anxian Yuan, en la provincia de Zhejiang, en el este de China, ha puesto en marcha una aplicación con la que las familias pueden encender velas digitales o dejar flores virtuales cerca de los árboles o instalaciones cercanas al lugar donde están enterrados sus familiares.
Sin embargo, este tipo de medidas también han sido objeto de polémica. El año pasado funcionarios locales de la provincia de Jiangxi, en el sur del país, donde se había puesto en marcha una política de "cero entierros", recibieron numerosas críticas tras salir a la luz vídeos que mostraban a ancianos llorando mientras las autoridades destrozaban ataúdes, en un caso llegando a arrojar un cadáver frente a una familia.
"Todavía es muy difícil para un chino saber que no va a ser enterrado en la tierra", cuenta Keping Wu, antropólogo de la Universidad de Xi'an Jiaotong-Liverpool experto en religión y memoria social.
Wu considera que modificar los cultos y tradiciones en torno a los funerales lleva tiempo. "Creo que las actitudes hacia los entierros cambiarán en las nuevas generaciones. A la gente, especialmente la generación más joven de entre 20 y 30 años, probablemente no le preocupa tanto ser enterrada bajo tierra. Así que tal vez los entierros eco sean una tendencia en el futuro", sentencia.