La catedral de Notre Dame renacerá de sus cenizas. Empresas y fortunas privadas se han lanzado a una carrera de donaciones. Ya superan los mil millones de euros. Tal vez busquen mejorar su imagen y deducciones para sus impuestos. Muchos de los más ricos del mundo son alérgicos al fisco y muy amigos de los paraísos fiscales, un ejercicio colectivo de solidaridad que ayuda a mantener el Estado que paga las pensiones, sostiene la sanidad y rehabilita los edificios. Habrá tráfico de dinero desde los paraísos fiscales, y nadie hará preguntas.
El historiador Rurger Bregman lo proclamó este año en Davos, escenario en el que cada año se reúnen economistas, políticos y evasores fiscales para hablar de nuestro futuro: “No necesitamos filántropos, necesitamos que los que más tienen paguen impuestos”. Parece simple, pero no lo es.
Notre Dame ha pasado de ser uno de los símbolos de Francia y Europa a alegoría de la gran hipocresía en la que nos movemos. Ni siquiera tenía seguro ni sistemas antiincendios. De la misma manera que los monumentos romanos y griegos se conservan tal como estan, así como las estatuas, quizás lo mejor seria dejar Notre Dame tal como está, cubriendo el techo, eso si, de esa manera seguro que estaria mucho más cerca de Dios y de los hombres.