💬Paul Krugman, premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times, publicó un artículo en Octubre de 2018: ¡El Estilo paranoico en la política americana', que de hecho era el título de un ensayo de 1964 de Richard Hofstadter, y esta teoría es prácticamente idéntica a la de los que creen en las fantasías conspiranoicas que abundan hoy en EEUU y otros lugares.

EL ESTILO PARANOICO EN LA POLÍTICA AMERICANA

Es un partidista manifiesto que evidentemente mintió bajo juramento sobre diversos aspectos de su historia personal; esto está relacionado y es igual de importante que la interrogante de lo que le hizo a Christine Blasey Ford, que sigue sin resolver debido a que la supuesta investigación fue una farsa muy evidente. Poner a un hombre como este en la Corte Suprema de Estados Unidos ha destruido de un solo corte la autoridad moral de la corte en el futuro próximo.

Sin embargo, estas preocupaciones a largo plazo deberían ser secundarias en este momento. La amenaza más inmediata proviene de lo que vimos de la banda republicana durante y después de la audiencia: no sólo desprecio por la verdad, sino también prisa para satanizar todo tipo de críticas. En específico, la prontitud con la que los republicanos de mayor rango aceptar las insensatas teorías conspirativas sobre la oposición a Kavanaugh es una advertencia profundamente alarmante sobre lo que podría ocurrirle a Estados Unidos, no en el largo plazo, sino en varias semanas a partir de ahora.

En relación con estas teorías conspirativas: comenzaron en los primeros momentos del testimonio de Kavanaugh, cuando éste atribuyó sus problemas a "un golpe político calculado y orquestado" motivado por gente que buscaba "venganza en nombre de los Clinton". Esta fue una acusación totalmente falsa e histérica y el solo hecho de hacerla debería haber descalificado a Kavanaugh para la corte. Sin embargo, Donald Trump lo empeoró inmediatamente, ya que atribuyó las protestas contra Kavanaugh a George Soros y declaró, falsamente (y sin pruebas), que se les estaba pagando a los manifestantes.

Este es el tuétano de este asunto: figuras importantes en el Partido Republicano se apresuraron a apoyar Trump. Charles Grassley, presidente del Comité de Senado que escuchó a Blasey y a Kavanaugh, ha insistido en que los manifestantes en efecto trabajaban para Soros. El senador John Cornyn declaró: "No dejaremos que nos ataquen los gritos de manifestantes pagados". No, nadie les pagó a los manifestantes para protestar, mucho menos George Soros. Sin embargo, para ser un buen republicano, ahora hay que pretender que así fue.

¿Qué pasa aquí? Hasta cierto punto, esto no es nuevo. Las teorías conspirativas han sido parte de la política norteamericana desde el comienzo. Richard Hofstadter publicó su célebre ensayo The Paranoid Style in American Politics en 1964 y citó ejemplos que se remontaban a el siglo XVIII. Los segregacionistas que luchaban por los derechos civiles culpaban de manera rutinaria a "agitadores externos" -en especial los judíos del norte por las protestas de los afroamericanos.

Sin embargo, la importancia de las teorías conspirativas depende de quien las haga. Cuando los que están al margen político culpan de sus frustraciones a fuerzas sombrías -como, suele pasar, a financieros judíos sinistres-, se les puede descartar diciendo que deliran. Cuando la gente que tiene la mayoría de las palancas del poder hace lo mismo, sus fantasías no son un delirio, son una herramienta: una forma de deslegitimar la oposición, de crear excusas no sólo para despreciar sino para castigar a cualquiera que se 'atreva a criticar sus acciones.

Por eso las teorías conspirativas han sido centrales para la ideología de tantos regímenes autoritarios, desde la Italia de Mussolini hasta la Turquía de Erdogan. Por eso los gobiernos de Hungría y Polonia, democracias que han dejado de serlo y se han convertido de facto en Estados unipartidistas, les encanta acusar a los extranjeros en general ya los Soros en particular de atizar la oposición a su gobierno . Porque, claro, no puede haber quejas legítimas sobre sus acciones y políticas.

Ahora, las figuras más importantes del Partido Republicano, que controla las tres ramas de gobierno federal -si tenían alguna duda sobre si la Corte Suprema era una institución partidista, ya debería estar despejada- suenan tal como los nacionalistas blancos en Hungría y Polonia . ¿Qué significa esto?. La respuesta, que suscribo, es que el Partido Republicano es un régimen autoritario a la espera.

Trump claramente tiene los mismos instintos que los dictadores extranjeros a los que tan abiertamente admira. Exige que los funcionarios públicos sean leales a su persona, no a el pueblo estadounidense. Amenaza a los opositores políticos con venganzas -dos años después de la última elección, aún lidera el corazón que pide "ciérrela" -, ataca los medios para ser los enemigos del pueblo.

A esto hay que añadir que las investigaciones sobre los diversos escándalos de Trump ciernen sobre él con más fuerza, desde la defraudación fiscal hasta aprovechar el cargo para hacer negocios, así como la probable colusión con Rusia, que en conjunto le dan todos los incentivos para acabar con la libertad de prensa y la independencia de la procuración de justicia. Alguien duda de que a Trump le gustaría ser plenamente autoritario si pudiera?

Quién puede detener? ¿Los senadores que repiten como pericos las teorías conspirativas sobre los manifestantes pagados por Soros? ¿La recientemente manipulada Corte Suprema? Si algo hemos aprendido en las semanas pasadas es que no hay ninguna brecha entre Trump y su partido; nadie pedirá que se detenga en nombre de los valores estadounidenses.

El estilo paranoico de la política republicana. - Por Paul Krugman / The New York Times - 11 de octubre 2018. Un estilo que no sólo se da en la política estadounidense, el mensaje de Trump ha calado en otros lugares.