España diseñó un plan para invadir Portugal en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Esto, a pesar de las buenas relaciones entre los dos dictadores ibéricos: Franco y Salazar, que firmaron un tratado de amistad y no agresión el 18 de marzo de 1939. Sin embargo, en la mejor tradición hitleriana de la puñalada por la espalda, el Estado Mayor del Caudillo preparó poco después del acuerdo un ataque a nuestro vecino luso. La invasión, por tierra, mar y aire, sería realizada por 250.000 efectivos que debían tomar Lisboa a toda costa.
Franco estaba seguro de la victoria de Hitler. Polonia, Paises Bajos, Dinamarca y Noruega y hasta la poderosa Francia habían caído bajo el yugo de la cruz gamada. Nada parecía resistirse al empuje de los panzers alemanes y nuestro Generalísimo (que sabía que hombre previsor vale por dos) quería estar, a la hora del reparto, del lado ganador.

Tras la famosa reuníón de Hendaya, Berlín y Madrid prepararon un ataque sorpresa sobre Gibraltar, la Operación Félix, que, de triunfar, seguramente desataría el Plan Pilgrim, la invasión británica de las Islas Canarias. A los estrategas españoles les parecía obvio que, de tener éxito en la toma de las islas, el siguiente paso de la pérfida Albión sería el llevar a cabo un desembarco en Portugal desde el que proceder a la invasión del resto de la península.


La Primera Sala de Operaciones del Estado Mayor militar de Franco preparó entonces un plan de 120 páginas para una “invasión preventiva” de Portugal. Presentado al Caudillo el 1 de diciembre de 1940. Según comenta Stanley Payne en su obra ‘Franco y Hitler’ dicho informe comenzaba con un recuento de invasiones anteriores desde España al país vecino a lo largo de la Historia, como las que llevó a cabo Francia entre 1807 y 1810.

“Plan de Campaña 1”

El historiador Manuel Ros Agudo describe en su libro ‘La Gran Tentación’ (Ed. Styria).  el despliegue militar a llevar a cabo para invadir a nuestros vecinos.  Se desplegarían diez divisiones de infantería y caballería, cuatro regimientos de tanques, ocho grupos de reconocimiento y ocho regimientos de infantería mixtos. El objetivo final de la invasión era “ocupar Lisboa y el resto de la costa portuguesa.” No parecía irrealizable. Según Portugal podía enfrentar a las experimentadas fuerzas españolas cinco divisiones.

La ofensiva más allá del Miño y el Guadiana sería precedida de un ultimátum con un plazo imposible de cumplir. El denominado como Plan de Campaña 1 estimaba que las tropas franquistas debían irrumpir en las calles de la capital lusa en 24 o 48 horas.

La Fuerza Aérea Española participaría con cinco grupos de bombardeo y dos de caza, dos escuadrillas de reconocimiento, cinco escuadrillas de cazas de fabricación italiana CR-32 y dos grupos de asalto.

La Marina esperaba no tener que realizar un gran despliegue, pues se temía una rápida intervención de la muy superior Flota Británica para la defensa de Lisboa. Aquello podía provocar la más grande derrota naval española desde la Batalla de Santiago de Cuba, en 1898.

En cuanto a la ofensiva terrestre, el plan establecía que dos ejércitos españoles avanzarían en el norte y sur del Tajo. El primero a lo largo de la línea de Guarda, Celorico da Beira, Coimbra y Lisboa. El segundo lo haría en la ruta dede Elvas, Évora y Setúbal. Se esperaba así “ocupar rápidamente Lisboa y dividir el país en tres partes con el fin de facilitar la rendición de todo el territorio”.

El furor guerrero se viene abajo

Sin embargo, no todos los datos del informe militar preveían la operación como una excursión a por toallas y ropa de cama. En sus páginas se señalaba que el arsenal disponible para satisfacer las veleidades imperiales de Franco no estaba en su mejor momento.  No había suficientes caballos, ni radios, ni tiendas cónicas, ni siquiera mantas.

Ironías de la vida, los mejores tanques que España podía usar en la invasión de Portugal eran los T-26 de fabricación soviética enviados por Moscú a la República. Tras capturarlos los golpistas, se mantuvieron 150 ejemplares operativos hasta la década de los 50. Los mejores blindados de los portugueses eran los inferiores Vickers Mark E, pero según la Wikipedia, el país solo disponía de 2 ejemplares. El resto de las “fuerzas acorazadas” lusas estaban compuestas por 6 frágiles tanquetas Carden-Loyd Mk VI.

Para defender a las tropas españolas de posibles ataques de estos aparatos, sólo había cuatro regimientos con baterías antiaéreas de poco calibre, una cantidad que el Plan de Campaña 1 consideraba “a todas luces insuficiente”. El informe concluía que hasta el año 1946, “no se estará en condiciones de disponer del armamento necesario para todas las unidades que resulten necesarias para la movilización”. Faltaban seis años para esa fecha, y cuando llegase ya no habría Segunda Guerra Mundial en la que entrar.

Además de estas deficiencias, el fiasco de Mussolini en la invasión de 1940 a la aparentemente débil Grecia demostró lo arriesgado de la operación contra Portugal. Mejor quedarse en casa.

¿Y los planes para después de la invasión?


No tenemos datos para que pueda saber qué planes políticos después de la invasión. ¿Unificación o absorción temporal? ¿Unos fados, unas copitas de Oporto y de vuelta a casa, o la bandera rojigualda permantemente ondeando sobre el Palacio de Belem?

A este respecto Aguda transcribe en su libro una conversación mantenida en Berlín en septiembre de 1940, entre el ministro de Asuntos Exteriores de España, Serrano Súñer, y su homólogo alemán, Ribbentrop. El cuñadísimo afirmó a su colega germano, “cuando se mira en el mapa de Europa, Portugal geográficamente hablando no tiene derecho a existir”. El mismo autor afirma que “Madrid no vio con malos ojos una integración Ibérica de Portugal en España.”

¿Qué pasó entonces?

Por fortuna ni España ni Portugal entraron en la Segunda Guerra Mundial, y menos para pegarse cañonazos entre ellos. En febrero de 1942 se firmaba el Pacto Ibérico, un tratado militar y territorial, en el que se dejaba clara la aceptación por parte de lusos y españoles de las fronteras existentes.

La democracia (o algo) llegaría a la Península Ibérica a finales de la década de los setenta del siglo XX.

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Con información de los  libros ‘La Gran Tentación’ (Manuel Ros Agudo, Ed. Styria) y ‘Franco y Hitler’ (Stanley G. Payne, La Esfera de los Libros) y de la semper fidelis Wikipedia: DIARIO PÚBLICO.