Los homínidos somos básicamente biófilos, sentimos pasión por la naturaleza. Aunque muchos no lo sepan o que una gran parte permanezcan atrincherados en asépticos mundos urbanos. La realidad es que los hay que necesitamos la naturaleza tanto o más que la comida. La actual dependencia en internet supermercados, coches, televisión, etc... ocupa apenas un mínimo instante de nuestra historia. Lo verdaderamente instintivo, lo que nos ha salvado de la extinción, es este vínculo que mantenemos con el entorno natural. Por eso nos sentimos tan bien cuando pisamos el campo o caminamos descalzos por la playa. Porque es cuando volvemos a casa, la de verdad. Y cuando no podemos estar cerca de lo vivo, lo reinventamos rodeándonos de alguna planta, animales de compañía o fotografías.
Las personas estamos irremediablemente vinculadas a la naturaleza, un contacto esencial para conseguir nuestro pleno desarrollo psicológico y físico, una naturaleza que no cuidamos mucho, y éste es un pecado que vamos a pagar caro, mientras tanto pero, y con la que está cayendo, todos preferimos un buen paseo mucho más que quedarnos en casa. Algunos se jactan de ser más urbanos que un semáforo, pero no es cierto, son los 'pixapins' o 'camacos' unas especies desarrolladas en el siglo XX, que ha olvidado dde donde vienen. Ya nos lo dice el refrán: De la tierra venimos y a la tierra volvemos, para siempre. Aprovechemos pues, volvamos a la naturaleza, ahora que todavía estamos a tiempo.
CODICIOSO DE CIELO Y TIERRA
Paseando por caminos soleados,
allí donde la hierba marca la línea
de la lengua de tierra del camino,
las huellas que no borrará el viento
me llevan a ninguna parte.
Siento el olor de la tierra húmeda
por la lluvia
que anteriormente la ha empapado.
Luego en aclararse el cielo,
en esparcirse las nubes de algodón,
el sol la seca y calienta mientras la tierra humea
al evaporarse el agua
de la lluvia anterior.
Y yo respiro a fondo, codicioso de cielo y tierra,
de tanta belleza que hace que disfrute
como un niño,
ávido de vida,
olvidando inquietudes angustias y problemas,
disfrutando de la naturaleza con la intensidad
de quien
intenta aprovechar al instante
antes no se desvanezca.
Las piernas como si no avanzaran
ralentizan su paso, poco a poco,
en un intento de detener el tiempo
de suspender el paisaje en el infinito
de un bucólico instante eterno,
enrocado en sí mismo, para siempre.
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Vivimos en las ciudades una realidad artificial que nada tiene que ver con el medio natural, al que continuamente ninguneamos y agredimos, como si no fuera con nosotros.
ResponderEliminarUn saludo.