El gas mortal de los nazis contra aquellos que Hitler tenía por indeseables ha sido sustituido por la mortandad en el agua. Óscar Camps, desesperado, se pregunta cómo podemos, gobiernos y ciudadanía, asumir tanta cantidad de náufragos. Cerca de 3.000 emigrantes mueren cada año en las rutas por el Mediterráneo, mientras que las personas indemnes seguimos, indiferentes, con nuestras vidas.
Es cierto que la pauta nos viene dada desde arriba, desde la Unión Europea, que, entre otras asignaciones a varios países, adjudicará a Túnez 150 millones de euros a cambio de impedir la salida de emigrantes. Es mucho dinero, tanto que, si pensamos en 5.000 emigrantes, pongamos por caso, tocan a 30.000 euros cada uno. Más que suficientes para acogerlos, para que aprendan el idioma del país, para que trabajen en lo que normalmente los nativos rechazan. Cuentas exactas, así de fácil, así de humanitario, si creemos que este adjetivo es todavía válido para referirse a la bondad del género humano, dado que las atrocidades proceden precisamente de la humanidad, no de las bestias.
Campos de concentración en Libia, en Túnez, para que no salgan. Se podría destinar el dinero a acogerlo, pero no se hace. Sólo el racismo y la xenofobia explican los desesperantes naufragios.
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