Después de siete años de trabajo, era de esperar que el informe definitivo de la comisión Chilcot sobre la intervención británica en la invasión de Irak tuviera dimensiones descomunales. Y las tiene, el veredicto final es concluyente. Es toda una condena a la conducta de Tony Blair y su Gobierno antes de la guerra de Irak, y por extensión se puede considerar una condena a la aventura imperial que junto con Bush y Aznar acabó con el derrocamiento de Saddam Hussein y el inicio de una serie de eventos catastróficos las consecuencias de los cuales continúan persiguiendo a Oriente Medio, Europa y EEUU a dia de hoy y en el futuro.

Contra lo que sostuvo Blair y otra antes de marzo de 2003, la decisión de ir a la guerra se tomó antes de que se agotaran las opciones pacíficas, políticas y diplomáticas, para el desarme del régimen de Saddam Hussein, dicen las conclusiones del informe. La decisión de invadir Irak no era el último e inevitable recurso de actuación en haberse agotado otras soluciones. La amenaza que presentaba el arsenal militar, en concreto el supuesto programa de armas de destrucción masiva, se presentó ante la opinión pública con un nivel de seguridad que no estaba justificado. No se planificó de manera adecuada lo que pasaría en Irak después de una dictadura que había durado décadas, aunque hubo avisos concretos de personas cualificadas sobre lo que podría ocurrir. Las tropas británicas no recibieron el equipamiento necesario para realizar su misión. En definitiva, los objetivos que se planteó el Gobierno de Blair antes de la invasión y con los que se intentó convencer a la opinión pública, no consiguieron.

La que podríamos llamar la pista española de esta historia confirma también el alcance del engaño. Tres semanas antes de la invasión, en una reunión en Madrid de Blair con Aznar, la descripción del encuentro indica que para afrontar las dificultades creadas por "la impresión de que EEUU estaba decidida a ir a la guerra pasara lo que pasara", Blair y Aznar acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación que demostrara que "estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra". Ambos sabían ya que la decisión -que ambos apoyaban- estaba ya tomada en Washington desde hace mucho tiempo y que había llegado el momento de intentar adelantarse a las críticas.

La guerra era un hecho ya imposible de detener, Blair había comunicado a Bush mucho tiempo antes de que estaría con él hasta el final, Aznar había sorprendido Blair con su firme disposición a apoyar a Bush, pero los jefes de Gobierno español y británico querían hacer creer a todos que su prioridad era evitar la guerra. Fue una más de las muchas mentiras.

Blair tuvo la entereza de no tapar el publicación del informe y concedió una rueda de prensa un par de horas después. Quien esperaba que fuera a disculparse o reconocer los errores no había visto sus dos comparecencias ante la comisión Chilcot, especialmente la primera, ni leído las memorias. Sí admitió algunas de las conclusiones del informe, pero con lógica difícil de entender. Dijo que hubo errores en la planificación de invasión, con respecto a lo que pasaría tras el derrocamiento de Saddam Hussein, y en el uso de la información facilitada por servicios de inteligencia. Pero dijo que volvería a tomar la misma decisión sobre el cambio de régimen en Bagdad.

El tercero de la foto de las Azores, no sabe no contesta, covardemente se esconde en un silencio culpable, por unos actos de los que no responderá, ni aquí nadie le pedirá cuentas. Sí, José María Aznar López, es un cobarde y un criminal de guerra, como lo son Blair y Bush.