El 9 de julio de 1977, ETA intentó secuestrar un chico de 29 años en un apeadero de tren en la localidad vizcaína de Ermua. No lo consiguió, porque Miguel Ángel Blanco utilizó el coche aquel día, su último día en libertad. Pero al día siguiente, sus asesinos lo encontraron. La banda había decidido dar un golpe de efecto después de la liberación de otro secuestrado, José Antonio Ortega Lara, tras 532 días de cautiverio. Y optó por un asesinato a cámara lenta, de una inhumanidad extrema; después de capturar el concejal popular, fijaron una condición de imposible cumplimiento y un límite de 48 horas.
El jueves hará veinte años del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Como en un "reality show" se transmitió casi en directo su asesinato, pero fue mucho más que eso. Ese día aprendimos que no servía de nada manifestarnos todos de una manera unitaria, que la crueldad humana está muy por encima de la buena fe de la gente, y lo mataron a sangre fría, por que aquel 13 de Julio hace veinticinco años, sin #hastag, todos éramos Miguel Ángel Blanco, y lo éramos sinceramente, conscientes de lo que le esperaba, pero con la secreta y vana esperanza de que conseguiríamos evitar su asesinato. Como muchas de las muertes de la barbarie, fue una muerte inútil y con él murieron muchas cosas, entre ellas la propia razón de ser de ETA. Aprendimos que manifestarse, no sirve para nada más que para reforzar el mal, la esencia de la parte más negativa del ser humano. Aprendimos que habían matado aparte de él, nuestra inocencia.
Nada fue igual a partir de aquel 13 de julio de 2007, lo que no esperaban los etarras es que la cobarde ejecución de Blanco, sólo de terminar el plazo, provocaría una conmoción social que llevaría a la misma ETA hacia su final.

Mosaico de recuerdo a Miguel Ángel Blanco en el congreso del PP vasco del 2008.