En la variada y abarrotada estantería de cuatro pisos donde guardaba los libros mi padre, había una maraña de novelas de estilos muy variados, desde Joan Sales, a Ayn Rand, Maxence Van der Meersch, Faulkner, Zane Grey, Jules Verne, Frank Yerby, Mossen Cinto Verdaguer, de quien se sabía de memoria y recitaba parrafos extensos de la Atlántida hasta muy mayor, -decía que le permitía mantener la memoria activa-, andaba por ahí Rafael Sanchez Ferlosio con su Jarama, Gironella, Cela, 'el caradura' que le decía, y es que no le podía ver ni en pintura, y otros autores que ahora no recuerdo. Y de todas estas novelas, hubo una que me impresionó profundamente, El DELATOR, quizá porque la leí de joven y trataba un tema delicado, la delación.

"Gypo Nolan es un ex revolucionario, ex policía y uno de tantos sin techo de Dublín a comienzos de siglo XX. Y Gypo Nolan sucumbe a uno de los comportamientos peor considerados en una dinámica de grupo: ser el delator. Su caída en desgracia es la traición de Judas adaptada a el movimiento obrero y el lumpen dublinés. el delator es una crónica de la noche que vivió Nolan tras explicar a las fuerzas de seguridad donde podían encontrar a Francis J.McPhillip, información por la que se ofrecía una recompensa de 20 libras."
Liam O'Flaherty escribió la novela "EL DELATOR" sobre la culpa y el miedo. Y sobre la supervivencia cuando no hay nada a que agarrarse. John Ford, primo suyo, adaptó la historia a la gran pantalla en 1935 con notable éxito. La película es interesante y atractiva incluso viéndola poco después de leer el libro, aspecto que no es muy corriente.

Después de tanto tiempo, la figura del delator ha aparecido de nuevo en nuestro país, era previsible que pasara y ha pasado, ya durante el confinamiento aparecieron policías de barrio en todas partes que daban pistas de por dónde podía circular la historia.
En la rueda de prensa en la que el Govern de la generalitat radicalizó las medidas de contención de la pandemia, se pudieron escuchar palabras como "burbuja de convivencia" o "sacrificios de nuestra cotidianidad", pero resonó como un toque de campanas distorsionado el mensaje del nuevo Conseller de interior: si alguien pasa de las indicaciones, la ciudadanía tiene el permiso y la obligación de denunciarlo y avisar a las fuerzas de seguridad.
Ya me estoy imaginando la situación: vecinos airados llamando a los Mossos para decir que en el piso de abajo cenan más de los seis autorizados por la ley y el orden, y que además escuchan la música de Manel, o por la calle hay uno que va sin mascarilla, y más naderías por el estilo. Y esto es muy peligroso y un mal asunto para la convivencia. Bajo el paraguas de la responsabilidad se esconde el demonio de la delación. Una delación que me remite a unos tiempos remotos no vividos pero si conocidos, que acabaron en una noche de cristales rotos.