LA SEGUNDA OLA



La inseguridad de siempre estuvo presente en nuestra sociedad, pero no queriamos aceptarlo. Era más práctico buscar garantías de futuro para fortalecer falsamente la idea de un mañana tranquilo tras un dramático pasado. Y nos obsesionamos en descuidar que fue aquella inseguridad convertida en aliciente la que nos dio una plenitud nunca antes alcanzada. Habíamos abrazado lo alternativo, la autoayuda para tener la sensación de haber encontrado el manto protector que nos abrigaba. Nos damos cuenta ahora de que tenemos muy limitada la libertad. y seguimos buscando dónde agarrarnos y convertimos las normas contradictorias que nos dictan en dudas razonables que nos alteran y desconciertan. Podemos sentarnos en la mesa de un bar a desayunar acompañados, pero no podemos tomarnos solos un café rápido en la barra vacía. Podemos ir a trabajar en un transporte público abarrotado pero no podemos reunirnos más de seis de la familia. Debemos llevar a los niños a la escuela pero cerramos los parques públicos donde juegan a la salida por precaución. Practicamos deporte en zonas cerradas de gimnasios y sin mascarilla pero no podemos ir a la discoteca.Todo este desorden no hace más que avalar la idea ya generalizada de que las decisiones se toman por impulso más que por conocimiento, que estamos ante una especie de prueba error, a ver si acertamos ahora. Si la pretensión de las autoridades es tranquilizarnos con normas de supuesta seguridad en tiempos dificiles, lo que se consigue es despistar al ciudadano respetuoso y provocar al temerario.

El ambiente es raro. La desazón se palpa en el aire. La sobredosis de información nos confunde mientras los políticos se esfuerzan en darnos los ánimos que ellos tampoco tienen. Y para mejorar el país alicaído nos lanzan promesas que no saben si podrán cumplir ni por capacidad,  ni por coyuntura ni por el incierto cambio permanente de rumbo. Nada es ya estable. Lo está constatando Pedro Sánchez a costa del giro judicial que afecta a Madrid, que de momento más o menos ha resuelto, pero solo por quince días.

Mientras, la segunda ola de la epidemia avanza y crece en Europa. Y lo peor es que, a diferencia de la primera ola, ahora nadie parece saber qué está ocurriendo. Nadie tiene una explicación completa de por qué aumentan tanto los casos ni sabe cuál es la mejor manera de frenar el virus. Hay un desconcierto general. La primera ola, pese a su enorme impacto, fue simple. Acababa de llegar un virus nuevo, desconocido y peligroso que nos pilló a todos por sorpresa. Se colapsaron los hospitales, se dispararon las muertes. Solución, cerrarlo todo y hasta el invierno.

Pero la segunda ola, ha llegado mucho anteds, ni tan solo ha esperado a que empiece el invierno. La segunda ola es más compleja. Ahora el reto es contener la epidemia sin cerrarlo todo. Ya no es una cuestión de todo o nada, es un dilema de más o menos. Más o menos movilidad, más o menos interacción social, más o menos contagios, más o menos daños económicos. Europa está atrapada en una contradicción entre parar el virus o recuperar la normalidad. Los dos a la vez no son posibles. La contradicción se mantendrá previsiblemente hasta que la población tenga una inmunización suficiente para controlar la epidemia. Esto podría ocurrir, en el mejor de los casos, en la segunda mitad del 2021 si las primeras vacunas que lleguen tienen una eficacia elevada, lo cual aún es una incógnita.

Los ciudadanos europeos tenemos el problema adicional de habernos acostumbrado a un hedonismo al que nos resistimos a renunciar; y de haber adoptado un individualismo que nos hace reacios a aceptar sacrificios personales en nombre del bienestar colectivo. Para superar el desfiladero de los próximos meses con los mínimos daños, conviene recordar en todo momento cuáles son los dos pilares en los que se basa el control de esta epidemia. Uno, que depende de los gobiernos, es el diagnóstico de casos y el rastreo de contactos: los países que no tengan un buen sistema de control y rastreo son los que peor lo van a pasar. El otro, que depende de los ciudadanos, es la prevención de los contagios. Y recordar también que, en cuanto se detecte que la situación empeora, habrá que actuar pronto y con determinación antes de que empeore más. 

Y este  ciudadano, desorientado y desalentado, ya no sabe a quien creer, todos les han mentido o desinformado, los científicos, los epidemiólogos, los políticos, ¿cómo va a creer en unos supuestos expertos que le decian en febrero que esto era como una gripe suave, que con un paracetamol era más que suficiente?, o en unos políticos que afirmaban estar preparados para la pandemia cuando ya reconocieron la magnitud de la tragedia, Lo más grave és que la supuesta experiencia de la primera ola no ha servido para nada de cara a la segunda en la que se siguen cometiendo los mismos errores que con la primera. En todo este marasmo, solo una persona ha diagnosticado el problema de manera certera en cada momento, y no es médico ni político, sólo periodista: Josep Corbella, de quien hay parte de sus artículos en este. Y Corbella, nos presenta un panorama oscuro para los próximos meses. Muy oscuro y preocupante. 

 


2 comentarios:

  1. Habrá que acostumbrarse a ella mientras llega la vacuna, si es que llega y con garantías. En fin, malos tiempos estos. Y los políticos en general no ayudan nada.
    Un saludo.

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    1. No es que no ayuden, es que empeoran el problema. Parece que tenemos mascarilla para todo el año que viene como mínimo.

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