Esta anècdota es antigua, tiene como protagonistas a Albert Einstein y Fernando lamas, se la oí explicar por la radio a José Luis de Villalonga que la incluyó en sus memorias, al menos es un artículo refrescante ante tanta desazón que llevamos acumulada.

La Paramount organizó una cena-cóctel para agasajar al profesor Einstein que estaba de visita en Los Ángeles para dar una conferencia en la universidad. Albert Einstein llegó vestido de un modo extravagante. A primera vista se le hubiera podido confundir con un pariente pobre de Groucho Marx. Varias mujeres dejaron pasar unas risitas. Hombres tan elegantes como Fred Astaire y Cary Grant, se quedaron por un instante atónitos. Llevaba un pantalón de franela gris con grandes manchas verdosas alrededor de la bragueta, una chaqueta negra de gastados codos y solapas salpicadas de lamparones y un chaleco que había sido gris, cruzado por una gruesa cadena de reloj. Calzaba zapatos de estilo montañero que no habían visto el betún en meses. Por uno de los bolsillos de la chaqueta asomaba la mitad de una boina.

Tras visitar varios platós donde se estaban rodando películas, llegaron ante el local preparado para la cena. Allí se hicieron los típicos corrillos cada vez que el viejo sabio se acercaba a algún actor o actriz. Todos soñaban con poder hablar con el sabio profesor, esperaban que se les acercara… De pronto, en uno de los corrillos alguien señaló hacia un lugar de la estancia: allí estaba el viejo sabio hablando con Fernando Lamas, como dos buenos colegas. Lamas, era un actor argentino de gran éxito con las mujeres del que algunos que le conocían bien, decían que era más tonto que un haba.

Cuando por fin Fernando Lamas se levantó para despedirse de Einstein, se acercó a un grupo de los que contemplaban atónitos la escena, y Jason Robbards le preguntó:

 -¿Qué le estabas contando a Einstein?

 -¿Einstein?¿Quién es Einstein?

 -¡El profesor Einstein! El anciano caballero con el que estabas hablando hace un momento.

 -¡Ah… de modo que se llama Einstein! ¡Como el dentista de mi suegra! Ya me parecía a mí que tenía pinta de judío.

 -Fernando, ¿es que no has leído lo que pone en tu invitación?

 -Yo no estaba invitado. He venido con Dean Martin

 -Fernando, por favor, dinos que estabas hablando con Einstein

El círculo se estrechó en torno al actor argentino, que se sirvió un whisky antes de contestar:

 -Bueno, ya sabes de lo que se habla con un anciano… De todo un poco… Me decía que tengo mucha suerte de ser un actor porque estoy siempre rodeado de mujeres hermosas a las que puedo besar y hacerles el amor… ¡Figúrate! El pobre está completamente fuera de juego. Le he explicado que no hay que fiarse de las apariencias y que toda medalla tiene su reverso. Le he contado que en mi oficio nada es nunca como uno quisiera y que en este mundo todo es relativo.

 Jason Robbards tronaba:

-¿!Tú, Fernando Lamas, le has dicho al profesor Einstein que en este mundo todo es relativo!?

-Pues sí. Y estaba perfectamente de acuerdo conmigo, porque me dijo que él también tenía una teoría al respecto. Fue entonces cuando me levanté para despedirme, antes de que me largara su dichosa teoría…

Al parecer, años más tarde, en tiempos de Perón, los argentinos quisieron nombrar ministro de cultura a Fernando Lamas. En el informe que el gobierno poseía sobre el actor, pesaba mucho un dossier que hablaba de su estrecha amistad con el profesor Albert Einstein.

 

(Así, tal y como está transcrito, contó esta anécdota uno de los protagonistas de aquel cóctel: José Luis de Vilallonga, el llamado marqués rojo, en uno de sus cuatro tomos de memorias no autorizadas).