Es raro que a la edad de Nicolás Sartorius y con una biografía intelectual y política como la suya, uno lance un libro que ni ajusta cuentas con el pasado, ni engrandece el propio retrato ecuestre, ni acumula reproches contra lo contemporáneo y sus jóvenes habitantes. Con didáctica de profesor, Sartorius se detiene en explicar que el Estado del Bienestar no es un mero producto de la Guerra Fría, una prevención de las democracias occidentales en su competición con el enemigo soviético. O no solo. “La II Guerra Mundial la ganaron los trabajadores”, afirma, de ahí que Winston Churchill perdiera las elecciones inmediatamente después de la conflagración: “Perdió porque sus ideas no ganaron la guerra”. Recordó que los grandes capitales habían financiado con entusiasmo a Adolf Hitler, a Benito Mussolini y a Philipe Petain –quien firmó la rendición de Vichy y el sometimiento de Francia al III Reich– y esos fueron los intereses que cayeron derrotados. De ahí que la cualidad social de la socialdemocracia y la democracia cristiana posteriores, en tanto idea ganadora de la guerra, patrocinasen el Estado del Bienestar, la gran creación civilizatoria del siglo XX. “O la democracia se expande para controlar los procesos económicos o será jibarizada”, afirma.

Al tiempo, Sartorius reflexiona sobre el fracaso de la experiencia comunista y lo atribuye a dos motivos: por una parte, la errada idea de que podía aplicarse el socialismo (o, dicho de otro modo, podía derrotarse al capitalismo) en el marco de un solo país. “Es contrario a la tesis marxista”, subraya, secundando la que en su momento fue la tesis troskista enunciada por Lenin años antes. Y en segundo lugar, la tesis de “la revolución permanente”, esta sí, promovida por Troski. Sartorius ironiza con el error de bautizar a los partidos defensores de la revolución como “comunistas”, pues a la larga eso significaría que el eventual fracaso político de esas organizaciones derrotaría también a la idea comunista en sí. “Es una ingenuidad, por eso no hay ningún partido llamado Partido Capitalista”.

El Estado, propone Sartorius, debe participar en el capital aquellas empresas que son demasiado grandes para caer, pues si las cosas van mal será el Estado el que pague los platos rotos, en las que operen en régimen de monopolio u oligopolio, toda vez no funcionan en régimen de mercado, y en las que atañen a sectores estratégicos, pues son los intereses generales los que están en juego. 

Nicolás Sartorius opina que desaprovechamos una ventana de oportunidad para derrotar definitivamente al neoliberalismo con la crisis de 2008, pero la ventana de oportunidad no se ha cerrado, explica, pues “la revolución digital es contradictoria con el capitalismo existente”, en la medida en que éste es hijo de la revolución industrial y despliega una naturaleza entrópica sobre el presente, toda vez destruye sus tres sostenes: la naturaleza, la igualdad y la democracia.   

El autor concluye que el capitalismo no ha de ser derrotado sino superado mediante fórmulas que en parte ya conocemos y han sido probadas –empezando por la fiscalidad, un concepto que a su juicio trasciende su valor económico y responde a un pacto de civilización– y que la revolución digital acelerará en la medida en que es capaz de colocar al capitalismo neoliberal, basado en la escasez y en los modelos de producción industriales, en un marco para el que no fue formulado. - Pedro Vallín en la vanguardia.