Vistas con objetividad, lo que demuestran es que, si tienes poder, tienes privilegios. Y vale para la amnistía y vale para la condonación de la deuda de Catalunya con el Estado - Julio Llamazares
Ya ha llovido desde entonces, pero recuerdo, en mis años de servicio militar, los privilegios de que disfrutaban los futbolistas profesionales, liberados de servicios y de guardias al revés que el resto de los soldados. Lo he recordado al leer la noticia de lo sucedido el fin de semana pasado en Vigo, donde el pasaje de un avión tuvo que ceder sus asientos a la plantilla del Sevilla Club de Fútbol, de vuelta a su ciudad después de jugar un partido contra el Celta y con su avión chárter averiado parece ser. Los perjudicados (e indignados pasajeros a tenor de sus declaraciones) hubieron de pernoctar en Vigo y muchos de ellos perdieron sus enlaces a otros destinos además de tener que viajar a Madrid en autobús al día siguiente en un viaje de siete horas. La compañía aérea les pidió perdón después, cuando la noticia ya había salido en los medios, pero el daño ya estaba hecho. Y, lo peor, volvía a demostrar el trato de privilegio que la sociedad española dispensa a los profesionales de un deporte que están por encima de los demás mortales, ya sean estos científicos prestigiosos o trabajadores sin especialización.
La anécdota ejemplifica la concepción que del escalafón social tiene este país en el que la importancia de las profesiones se mide por su popularidad y no por el beneficio que aportan. E igual sucede con las personas, divididas en dos grupos: famosos y del común, con diferente y discriminatorio trato. Mientras que a los famosos (por el motivo que sea) se les permite todo, los demás estamos obligados a apechar con los perjuicios derivados de ese trato de privilegio para con ellos. Y además se pretende que lo aceptemos como natural, como si la discriminación lo fuera. Pero no acaba ahí la lectura. Lo mismo que se pretende con la discriminación por razones de popularidad o fama se quiere hacer basándose en el poder político, como estamos viendo estos días con las negociaciones con los independentistas para la investidura de Pedro Sánchez. Vistas con objetividad, lo que demuestran es que, si tienes poder, tienes privilegios. Y vale para la amnistía (¿por qué al resto de los españoles no nos amnistían también, sea cual sea nuestro pecado o falta?) y vale para la condonación de la deuda de Catalunya con el Estado, que habremos de pagar entre todos, responsables y no responsables de ella. Quizá suene demagógico, pero más demagógico es apelar a la convivencia cuando esta se fundamenta en la discriminación.
Una amiga azafata me contó que, cuando en un avión se presenta a última hora alguien “importante” que, por la razón que sea, tiene que subir a él cuando el pasaje ya está completo, la tripulación mira a los viajeros buscando a un japonés al que pedirle que ceda su sitio. Por experiencia saben que los nipones son educados y amables y no se resisten a abandonar el avión cuando se lo piden (con excusas inventadas, claro es; después les compensan, eso sí, de los trastornos invitándoles a viajar en primera clase en el primer vuelo disponible), al contrario que los de otras nacionalidades, que pueden protagonizar grandes incidentes y negarse a dejar su asiento si no es por la fuerza. Al final, ¿cuál es la lección? Que a los pacíficos y educados les toca lo que nadie quiere y, al revés, a los conflictivos se les premia con un trato mejor. Que cada uno aplique el ejemplo a lo que desee, pero yo lo hago en este momento a todos los españoles que por no determinar con nuestros votos la investidura de Pedro Sánchez nos hemos convertido en japoneses.
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