Decía Richard Evans que la idea de que en la historia nada sucede por azar y de que todo lo que ocurre es el resultado de las maquinaciones perversas de grupos malignos que manipulan el mundo entre bambalinas es tan vieja como la historia misma. Por eso hay quien sigue creyendo que Hitler escapó con vida del búnker de la Cancillería y envejeció en algún lugar de Sudamérica, que el hombre no llegó a pisar la Luna y que los extraterrestres suelen celebrar sus pícnics en Nevada y Nuevo México. Recuerden lo bien que funcionó el pensamiento conspiratorio en los tiempos del senador McCarthy, aquel tipo que creía ver comunistas ocultos en todos los sectores de la sociedad, que sumió a Hollywood en el terror y que, entre otras proezas, consiguió amargarle la vida a la maravillosa Billie Holiday. Aquella mujer que cantaba a la extraña fruta colgada de los árboles sureños, y que no era otra cosa que un negro linchado en “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”.
Eso es aún más cierto hoy en día bajo la tiranía de las redes sociales, donde las teorías de la conspiración prosperan gracias a la influencia menguante de quienes solían actuar como porteros de la opinión: los editores de prensa y los analistas fiables. El territorio, en fin, donde se relativizan los límites entre la realidad y la falsedad –tal como evidencia el trumpiano y perverso concepto de los hechos alternativos – y el modelo de éxito son sujetos de escasa inteligencia convencidos de que solo una combinación de mala suerte y de las artimañas de otros les ha privado de ocupar los escalones más altos de la cadena alimentaria.
Les digo esto al hilo de la frecuente mención en estos días de términos como Estado profundo (deep State) y guerra legal o lawfare, un sistema de persecución política consistente en la utilización abusiva de procedimientos judiciales con el fin de destruir o neutralizar al adversario. Como habrán oído, se trata de conceptos esgrimidos principalmente por el entorno de Puigdemont, a propósito de cómo deberían concretarse las personas beneficiadas por una ley de amnistía.
Cuando veo movimientos extravagantes en el CGPJ, empieza a convencerme el argumento de Puigdemont. Porque, desde el punto de vista de Puigdemont, la amnistía no solo debería alcanzar a los acusados por delitos de clara naturaleza política, sino también a otros muy alejados de este contexto pero cometidos por imputados pertenecientes al mundo procesista. Ya saben a qué me refiero, pero básicamente se trataría de prevaricaciones con intención de beneficiar ilegalmente a terceros, tráfico de influencias con ánimo de lucro, blanqueo de capitales, falsedades documentales y delitos contra la hacienda pública.
La idea es que ninguno de ellos habría sido jamás procesado ni, aún menos, condenado, si no fuera por su estrecha vinculación con el procés o su identificación pública con los objetivos independentistas. Es decir, que el Estado profundo, una serie de sujetos poderosos, pero no identificados, puso en marcha un fenómeno de ofuscación legal, que no fue más que una herramienta que utilizaron deliberadamente esas élites turbias con la connivencia de sectores adictos de la judicatura y que se materializó en la persecución desmesurada de individuos concretos vulnerando los principios de igualdad ante la ley y de prohibición de la arbitrariedad.
En condiciones normales les habría dicho que la tesis puigdemontiana no me gusta. No son pocos los políticos populistas que se refieren a la necesidad de destapar los complots y frustrar las conspiraciones de ese deep State que Boris Johnson describió una vez como “la gente que verdaderamente dirige el país”. El Estado profundo ya era un concepto conocido en la Turquía de Erdogan mucho antes de que fuera adoptado por Trump y más tarde por Bolsonaro, Netanyahu y ese tipo de gente que cree (Erdogan dixit ) que “la democracia es como un tranvía. Te montas en él hasta que llegas a tu destino y luego te bajas”, lo que me inspira escasas simpatías.
Pero también es verdad que no todas las teorías conspirativas son fruto de la paranoia o el oportunismo. Sin ir más lejos, ahí tienen el caso Watergate. Por eso, cuando en plena negociación sobre la ley de amnistía veo algunos movimientos extravagantes en el CGPJ y resoluciones judiciales que sacan de la chistera el socorrido conejo del terrorismo o se coordinan temporalmente con una sincronización más que sospechosa, miro atónito mi propia cara en el espejo y no la reconozco: empieza a convencerme, mal que me pese, el argumento de Puigdemont.- Javier Melero, en la vanguardia.
4 Comentarios
Me hace gracia que haya acusaciones desde la institución judicial o de los partidos de derechas a esto de la lawfare (que sigo sin tener claro todo su concepto, pero el tiempo nos enseñará) cuando la interferencia y las maniobras de lo judicial, promovido por partidos que tenían colocados sus peones en instituciones, ha existido siempre, probablemente la mayor parte haya quedado en la sombra.
ResponderEliminarEl Lawfare es el uso de procedimientos judiciales con el objetivo de una persecución política. Un ejemplo: Trocear contratos o adjudicaciones es práctica habitual en la administración, pero solo se ha procesado por ello a Laura Borras. Un miembro de la CUP de Vic dijo que para hacer una tortilla hay que romper primero los huevos,. y tuvo que ir a declarar a la audiencia provincial de Madrid. Soraya Saez de Santamaria dijp exactamente lo mismo y nadie le dijo nada. Está el flagrante caso de Tamara Carrasco. Eso es lawfare de manual, y luego está la policía patriótica de Jorge Fernández Díaz y su ángel de la guarda, Marcelo.
ResponderEliminarEste artículo, me haría gracia, si no fuera porque me da ganas de llorar. En primer lugar, que un órgano como el CGPJ se haya puesto en evidencia, hace tiempo que lo hace, con el comunicado que ha sacado, no es extrapolable a todos los estamentos judiciales. Ni tampoco que efectivamente existan un par de jueces pasados de vueltas, entre miles de ellos que hay trabajando y siguen haciéndolo honestamente y de manera independiente, ni es razonable, ni justo y además es tremendamente peligroso, con ello se traslada un mensaje de incitación al desacato que nos llevará al caos total, pero es que además resulta surrealista, si se critica la politización de algunos estamentos de la judicatura, que ahora vengan estos listos pretendiendo que una comisión político-parlamentaria los controle ¿ ..? ¿Evitar la politización politizando los órganos de control? Pues estamos listo ¡ unas lumbreras son todos estos! Y por si fuera poco, este iluminado, que no me extraña que se asuste mirándose al espejo, aboga porque se amnistíe a toda la corrupción, desfases y apropiaciones indebidas generadas por un Procés por ideológicas ... ya! Porque cuando habla de estado profundo, que no se olvide que hay cloacas en el Gobierno de España y tb en el de Cataluña. Pero nada oye! Ok, ya puestos, que se amnistíe a todos los asesinos de ETA, también fueron ideológicos. Que se amnistíe a PUJOL y familia por la evasión de capitales, tb fueron ideológico y seguramente todos los violadores, ladrones y asesinos de este país tendrían ideologías diversas merecedoras de esta amnistía a granel y por la puerta de atrás… Total!
ResponderEliminarInsisto, me reiría de tanta igniorancia como leo, si no me dieran ganas de llorar y lo peor... más que lloraremos.
Un abrazo!
Es un abogado, el letrado Melero no es un cualquiera, además poco sospechoso de simpatías con los del procés. Por cierto, en el procés hubo cosas, pero no corrupción, ni tan siquiera malversación. En el juicio hubo mucho lawfare también y prevaricación, aparte de otras irregularidades como permitir a los testigos de la acusación que mintieran descaradamente uno tras otro. Suscribo de la primera a la última línea el artículo de Javier Melero. Te consta que muchas de las cosas que dice les había comentado yo antes. A menudo pienso que aquí tenemos la ventaja de tener acceso a toda la información, mientras que en el resto del país solo se accede a una parte de ella. Por cierto, Pujol no entra en la amnistía, solo es a partir de 2012 y no contempla hechos anteriores ni delitos ajenos al procés. La amnistía está redactada de manera muy escrupulosa, lo he comentado hoy con un abogado nada sospechoso de simpatía por el procès, al contario, ¡ah! y el lawfare que defiende el letrado Melero, no sale en la amnistía. Melero puede ser muchas cosas,. pero no un ignorante y sabe muy bien de lo que habla.
ResponderEliminarUn abrazo!