Lo hizo mal. Pero lo hizo. A pesar de haber jurado y perjurado que su Gobierno nunca promovería una amnistía, de su mano una ley de olvido penal del procés ha iniciado su trámite. En la mejor de las tradiciones españolas, una ley histórica –una amnistía sin duda lo es– vuelve a ver la luz sin el consenso necesario entre los dos grandes partidos nacionales. Una lástima. Fratricidas como somos, me temo que ni PP ni PSOE llevan en su cuaderno de bitácora anteponer el interés general a sus legítimos intereses partidistas. Santi Vila en la vanguardia.

Para salvar la investidura había que comerse el sapo de la amnistía, de Rodalies y de la deuda y Pedro Sánchez se lo ha comido. Y si de rebote en el trance ha sacado de la caverna a los fanáticos de la ultraderecha, pues mejor. Así queda claro que en España solo se puede ser socialista o bárbaro. Por si algunos dudaban del pragmatismo del presidente renovado, en una reunión con sus compañeros en Ferraz, este lo había dejado claro: es hora de hacer de la necesidad virtud (sic). A su lado, es obvio que los viejos utilitaristas decimonónicos fueron unos aficionados. Y que conste que ser así no es necesariamente malo. Simplemente es la liquidación solemne del viejo idealismo kantiano. Con su proceder, Sánchez ha faltado a su palabra en campaña, es cierto. Ha lesionado la reputación de lo catalán en España y ha polarizado el debate político, tensionando las instituciones judiciales y el Estado de derecho. Pero ha resuelto definitivamente las secuelas personales del procés, a todas luces en su día castigado con despro­porción.

Visto con perspectiva, creo que, en una democracia madura, más tarde o más temprano, los catalanes deberían haber podido acordar con el Gobierno una consulta sobre su futuro. De ser así, algunos como yo mismo nos hubiéramos ahorrado el trago de sacrificar nuestra carrera política y patrimonio por tener que defender el derecho a la participación política, compatible con que, de poder ejercerla, el día de las votaciones muchos hubiéramos votado por la unión. Y es que, reconocida la diversidad, ¡mejor juntos! En un país avanzado, la convocatoria de un referéndum, como el que –con cabezonería– se convocó el 1 de octubre del 2017, quizás habría sido reprochada administrativamente, pero nunca con la severidad con que se hizo en España.

Con la amnistía, con la cesión de Rodalies... muchos catalanistas nos sentimos hoy más españoles que ayer. Y es que tan cierto como que el PSOE de Sánchez pasará a la historia por su versatilidad, lo es que el PP de estos últimos años sigue siendo incapaz de encontrar el tono que haga de él una opción de gobierno plausible. Siempre atrapado entre la ultraderecha y sus disputas intestinas, si por algo brilla el PP nacional es por su aislamiento. Y es paradójico, porque en un país que seguramente tiene bien poco de rojo, la ausencia de una derecha moderada, liberal y moderna, homologable a las mejores tradiciones centristas de Europa, deja el Gobierno, como mal menor, en manos de los pragmáticos y aplicados socialistas.

Pedro Sánchez lo ha hecho mal. Pero ha hecho el bien. Retornando el independentismo a la senda constitucional, el Partido Socialista ha liquidado definitivamente el procés y sus derivadas más penosas. Me alegra que centenares de políticos independentistas vean por fin el modo de dar por acabado tanto embrollo judicial, como celebro que Carles Puigdemont abandone el monte y regrese al terreno de la moqueta parlamentaria, un campo que nunca debió abandonar, por insensible que fuera el PP o Junqueras desleal.

Con su decisión, Sánchez rubrica un nuevo borrón y cuenta nueva de nuestra historia. Pero no por ello España será más roja ni se va a romper. ¡Qué grotesco resulta escuchar a los mismos que presumen de formar parte de una nación milenaria augurar cada dos por tres que su ocaso es inminente! Con la amnistía pactada con Junts per Catalunya, con el catalán en el Congreso y pronto en las instituciones europeas, además de con la cesión de Rodalies y la condonación de parte de la deuda conseguidas por ERC es obvio que muchos catalanistas nos sentimos hoy más españoles que ayer.

Porque, haya sido por interés o por convicción, lo cierto es que España nos vuelve a sentar bien. Si seguimos así, con permiso de Feijóo, el autor del Manual de resistencia va a seguir contando con el apoyo de muchos ciudadanos pragmáticos mucho tiempo, en la medida en que ya no estamos por aquello de que quien bien te quiere te hará llorar. Mejor que, si te quiere, te haga bien, aunque no sea de fiar.