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LA PROPAGANDA EN UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA

Nunca había existido tanta libertad de expresión y de opinión en el mundo occidental, como hoy a través de las redes sociales: cualquiera puede decir y opinar lo que le parezca sobre cualquier evento, persona e institución (a menos que sea un catalán indepe) . Y si bien existe un amplio consenso político y social en el que las mentiras, los insultos, las calumnias y los mensajes xenófobos y de odio deben ser perseguidos y prohibidos, el trabajo que realizan en este sentido las autoridades competentes, las grandes compañías propietarias de las redes sociales y los sistemas judiciales queda muy lejos de ser realmente eficaz para garantizar la veracidad y solvencia de los contenidos. Sin embargo, el control de estos contenidos que circulan por las redes sociales es un arma de doble filo. En la voluntad de pretender garantizar la veracidad de los mensajes, es necesario afinarse mucho para no coartar la libertad de opinión y de expresión. Una cosa es una falsedad y otra es una opinión discordante con el pensamiento mayoritario. Combatir o prohibir la difusión de medias verdades a todos los efectos es un enorme y difícil desafío. Las autoridades y las grandes compañías propietarias de las redes sociales, de entrada, deberían combatir las campañas de desinformación o manipulación dirigidas por grupos organizados. A partir de ahí, el trabajo debería centrarse, según algunas opiniones de los expertos, en formar a la población, incluso desde la escuela, para familiarizarla con las estrategias de manipulación informativa más comunes.

En cualquier caso, la mejor defensa contra la manipulación y la desinformación en las redes sociales es reivindicar de nuevo la valoración de los medios de comunicación acreditados, aunque la dificultad es enorme, entre las prisas por dar primero cualquier noticia más o menos importante, algo que comporta la dificultad de contrastar la información, ergo, se publica la noticia y después ya publicarán en un rincón un desmentido al cabo de unos días, esto en el mejor de los casos. Así lo señala Huxley en su texto Propaganda en una sociedad democrática, donde dice que los primeros defensores de la prensa libre sólo contemplaron, respecto a la propaganda, que ésta fuera verdadera o falsa, sin prever lo que en realidad ha sucedido, sobre todo en las sociedades occidentales capitalistas. Según sus palabras, “el desarrollo de una vasta industria de comunicación masiva que no se distrae ni con lo falso ni con lo verdadero, sino con lo irreal, lo que es casi siempre totalmente irrelevante”, un error que se achaca al lo que no se tuvo en cuenta "el apetito casi infinito del hombre por las distracciones". Nuestro país de hoy se asemeja a este “mundo feliz”, en el que los ciudadanos hemos sacrificado voluntariamente nuestros derechos, sin apenas oponer resistencia, y perdido el interés por la información o la verdad, entregándonos a una cultura trivial e intoxicada por el placer. El problema es que, cuando queramos reaccionar, quizá sea demasiado tarde.


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