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LA ERA DEL ARTIFICIO ARTIFICIAL

En el libro recién publicado por la editorial Anagrama, Animales metafísicos (de Clare Mac Cumhaill y Rachael Wiseman), se cuenta lo que ocurrió en la universidad de Oxford, cuando en 1956 se quiso distinguir al expresidente de los Estados Unidos Harry S. Truman con el doctorado honoris causa. La única en oponerse fue una mujer, la filósofa Elizabeth Anscombe. A la joven doctora le parecía inaceptable honrar al que firmó la orden de lanzar la bomba atómica sobre dos ciudades, Hiroshima y Nagasaki. La filósofa comparó a Truman con los mayores villanos de la historia: “¿Qué Nerón, qué Gengis Kan, qué Hitler o qué Stalin no será premiado en el futuro? Dedicar al señor Truman nuestro elogio y adulación nos hará compartir la culpa de sus desalmadas decisiones”. ­Como experta en filosofía moral, Anscombe observó entonces algo desconcertante: una sala repleta de teólogos, filósofos e historiadores ennoblecía al hombre que había ordenado dos de las peores masacres de la historia de la humanidad.

El momento que inauguró la era del artefacto artificial fue fulgurante, resplandeciente: dos formidables innovaciones coincidieron en el tiempo para anunciar el espectacular comienzo de nuestra actualidad. El 9 de enero del 2007 Steve Jobs presenta en sociedad su deslumbrante dispositivo: el Iphone. Un mes después Barack Obama presenta su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. Los dos personajes encarnan el estilo, la pose, la personalidad y el temperamento de la nueva época. Las dos figuras triunfantes serán a partir de entonces los protagonistas del relato dominante, el storytelling del entusiasmo contemporáneo.

El azar y la casualidad que reúne a los dos actores en el mismo escenario nos permite datar el momento en el que todo esto empezó. Aunque para entender la doble dimensión del acontecimiento hay que recordar una reveladora anécdota: a Obama se le entregó el premio Nobel de la Paz al principio de su mandato. No por lo que había hecho, que no había hecho nada, sino por lo que todo el mundo estaba dispuesto a jurar que iba a hacer. Sin embargo, durante sus ocho años de mandato Obama no hizo nada que le hiciera merecedor del premio Nobel de la Paz. Había prometido poner fin a las guerras que heredó de su antecesor, George W. Bush, pero las tropas estadounidenses se mantuvieron en permanente estado de guerra. Según contó The New York Times (18/V/2016), Obama es el único presidente en la historia de Estados Unidos en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra. Actuando en Afganistán, Irak y Siria, Libia, Pakistán, Somalia y Yemen. Obama no cerró el campo de Guantánamo, en donde hoy agonizan sin ser juzgados los prisioneros olvidados por todo el mundo. Y fue él también el que emprendió la persecución judicial del periodista Julian Assange, precisamente por denunciar los crímenes de guerra de las tropas estadounidenses en Irak.

Tales advertencias deberían alertar a la sociedad civil, a los sindicatos, a las asociaciones de maestros y educadores, a las iglesias e instituciones encargadas de velar por el bienestar y soberanía del ser humano, pero el efecto disruptivo de la retórica narrativa dominante mantiene en estado hipnótico a una sociedad narcotizada por la truculencia del storytelling.

El psicólogo social Jonathan Haid afirma que desde el 2010 la infancia en Estados Unidos se reconfiguró de una forma “sedentaria, solitaria, virtual e incompatible con un desarrollo humano saludable”. Alude con ello a las consecuencias del dispositivo que según Obama “llevó la alegría y felicidad a millones de niños y adultos”.

Un formidable documento fue publicado en mayo del 2023 por la organización “sin fines de lucro” Save for AI Safety. Lo firman los directivos de Open AI, Google, DeepMind y Anthropic y 350 ejecutivos, investigadores y expertos en IA. Es un texto filantrópico, benemérito, sincero y muy humano, conmovedor y tierno. Emociona imaginar los buenos sentimientos que le dedicaron sus autores.

Advierten los industriales tecnológicos y los ingenieros que han diseñado el artificio algorítmico que la Inteligencia Artificial supone un “grave riesgo de extinción para la Humanidad”, solo comparable a los devastadores efectos de una guerra nuclear.

A gran parte de los clientes y usuarios imbuidos por la ingenuidad de la era artificial les parecerá admirable que las tecnológicas sean conscientes de sus contradicciones y declaren en público la tensión entre sus intereses económicos y sus responsabilidades morales. Pero si queda algún malpensado en el mundo, digno de aquella venerable desconfianza escéptica, reconocerá en este documento lo único que en verdad declara: una nueva arma de destrucción masiva, capaz de organizar “la extinción de la Humanidad”, está en manos de cuatro entidades privadas y es precisamente por ello que no tienen inconveniente en reconocer lo que han armado.

Que los gobiernos no consigan entender la sinceridad de los tecnógrafos y no consigan reaccionar a la confesión de las tecnológicas que han patentado el artilugio de la Inteligencia Artificial, que la sociedad haya aceptado sin pestañear la crudeza de su dramática advertencia, que los fabricantes de IA no hayan cerrado sus laboratorios, delata hasta qué extremo la ingenuidad, el mimetismo y la flacidez, el alarde de incongruencia, incoherencia e impotencia moral es la verdadera epidemia de nuestra época, y confirma, en efecto, que la inteligencia artificial hace ya tiempo que sustituyó a lo poco que queda de la inteligencia humana (Fragmento del artículo de Basilio Baltasar en la vanguardia.

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