El cambio tecnológico es la fuerza de progreso más poderosa del mundo y la historia. Cuando una tecnología se expande, se ganan economías de escala y aprendizaje y se hace más eficiente y barata, facilitando más rápidamente su adopción y extensión en un bucle positivo. Nos encontramos en una era de desarrollo tecnológico exponencial. Disponemos de información infinita en internet a coste marginal cero. Tenemos ocio digital interminable a costes muy bajos (streaming, vídeos, podcasts, e-books, juegos, música). Se está liberando una potencia computacional masiva, accesible por cloud. Avanzamos hacia escenarios de energía renovable abundante y barata. También de medicina digital, producción 3D e inteligencia artificial (IA) extendida.

El progreso es extraordinario en todas las disciplinas: en 15 años, el coste de las baterías eléctricas ha caído en un 90%. En biología, nuevas técnicas de edición de genes abren posibilidades increíbles en el cuidado de enfermedades, mejora de cultivos o nuevos procesos industriales eficientes y sostenibles. Descodificar el primer genoma humano costó miles de millones, pero hoy puede obtenerse el ADN de una persona por 100 euros y avanza hacia la extensión de la medicina genética personalizada. El coste de la carne crecida en el laboratorio a partir de células madre se reduce (se calcula que, hacia 2030, se equiparará al de la carne convencional). Tendremos sistemas alimenticios que generarán carne como software, de forma silente, limpia y barata. Y hoy la IA está creando una revolución científica, ayudando a plantear nuevas hipótesis, descubrir materiales inéditos, resolver problemas matemáticos, optimizar redes energéticas o desarrollar nuevos fármacos.

La ciencia es crucial para el progreso, y nunca por ahora se han invertido tantos recursos en I+D. La interacción entre los descubrimientos científicos y la innovación aplicada nos acerca, asombrosamente, a un mundo de abundancia. Por primera vez en la historia poseemos conocimiento para crear prosperidad compartida casi ilimitada. Sin embargo, el mundo se convulsiona en oleadas de tensión social, fragmentaciones, populismos, desigualdades y liderazgos autoritarios. ¿Qué falla?

El economista John Maynard Keynes introdujo el concepto “paro tecnológico” en 1930. Anticipó un escenario paradójico: hacia 2030, la tecnología habría permitido solucionar todos los problemas materiales y productivos de la humanidad. Gracias a la tecnología, podría producirse de todo a coste prácticamente cero. Pero esta producción se realizaría básicamente con máquinas, sin humanos. ¿Qué pasaría si tuviéramos de todo para todos, excepto un trabajo? ¿Estamos llegando a este “punto de Keynes”?

Harari, historiador israelí, alertaba de la emergencia de una clase inútil (useless class, segmento de personas expulsadas del mercado de trabajo a causa de la automatización e incapaces de adaptarse a las nuevas tecnologías). Quizás las nuevas tecnologías creen nuevos puestos de trabajo, pero ¿dónde? Cuando se produjo la revolución industrial, la gran masa de trabajo agrícola se desplazó a la industria. Con la creciente automatización de ésta, quedaron los servicios como gran reserva de trabajo humano. Si la IA realiza tareas cognitivas crecientes, ¿qué quedará para las personas?

Otro economista, Brian Arthur (Stanford), alertó de la extensión de una "segunda economía" virtual, con empresas que operan mediante algoritmos y robots, distribuyen con coches autoconducidos y drones, toman decisiones con IA y generan beneficios sin intervención humana. Una "segunda economía" digital de peso creciente, silenciosa e invisible de la que los humanos estamos excluidos. Si nos encaminamos a un mundo sin trabajo, ¿qué sentido tendría la economía en sí misma?

El cambio tecnológico es la fuerza más poderosa y depende de nosotros cómo abordar el avance de la IA y la robótica dejando atrás fórmulas del pasado

Y llegan nuevas oleadas de robots. Las grandes corporaciones tecnológicas han identificado un nuevo e inmenso océano azul: la convergencia entre la IA generativa y la robótica dará lugar a revolucionarias gamas de robots inteligentes y flexibles con aplicaciones en producción, logística, atención sanitaria o doméstica, restauración u hostelería. Humanoides con cerebros ChatGPT, que interactúan en lenguaje natural y aprenden de la experiencia. Empresas como Open AI, Tesla o Nvidia se han lanzado a desarrollar proyectos de ese tipo. Elon Musk habla de vender "miles de millones" de robots inteligentes en los próximos años. Mientras, China instala ya 300.000 robots convencionales por año en sus líneas productivas para compensar la caída demográfica e incrementar la productividad.

¿Hacia dónde vamos? ¿Abundancia o precariedad? ¿Utopía o distopía? Lo positivo es que, por primera vez, depende de nosotros. Tenemos los medios de conocimiento e inteligencia para resolver muchos de los problemas productivos, sociales y medioambientales que nos apresuran. Pero no sabemos organizarnos. Continuamos instalados en el lenguaje y las fórmulas del pasado. Nuevos debates, nuevos liderazgos y grandes innovaciones sociales son precisos, con urgencia, para resolver este cruce. Xavier Ferràs - Profesor de Esade